La Casa de Elena
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![]() Cuentos EL VIEJO DEL PUENTE El ENGAÑO DE LOS SENTIMIENTOS EL NACIMIENTO DE LA MUÑECA LA MUÑECA ALICIA El REMOLINO LAS SOMBRAS LAS NOCHES DE LUNA EL REFLEJO EL ABETO AJENO |
El REMOLINO![]() El sol no había conseguido secar el rocío que cubría con un velo las irradiadas cuestas de las colinas, cuando sobre el camino vecinal aparecían dos figuras. Los simples avíos para pescar delataban las intenciones de un muchacho larguirucho de cabello castaño claro, y una muchacha incongruente con sus catorce años, tenían intención de pescar algún pez que pasara cerca del riachuelo. Cegado por los rayos del sol que ya había comenzado a calentar, el muchacho se había dirigido hacia su compañera de viaje: —¿Y vosotros en la ciudad todos sois tan lirones? En estos momentos es cuando yo vuelvo habitualmente de la pesca. —El pescar un pez es un pasatiempo extremadamente cruel para los pobres peces, así como para aquellos que tiene que levantarse muy temprano. Ahora tengo frío y me apetece dormir terriblemente. —Anya, mira a tu alrededor… —Las bellezas de los paisajes es mejor contemplarlas por la televisión. Estás en un sillón blando y… —No me digas nada más, tú eres una persona del nuevo mundo. Eres un ser virtual. —Para tí, Iván, es muy fácil opinar. Las posibilidades de una persona son limitadas, una persona no puede probar simplemente todo sobre su propia piel, la televisión extiende su mundo. ¿Es mejor estar horas muertas con la caña de pescar y disfrutar cómo en el agua chapotea un pez, o ver en las ramas saltar a los pájaros…? ¿Sabes cuantos canales tenemos nosotros sin contar los vía satélite? ¡Y cada uno nos muestra algo, enseñan, nos enseñan…! ¡Aquí no comprendéis la vida actual! Vosotros tenéis dos canales, y uno con interferencias, es un aburrimiento, solo crea melancolía. Está claro que en tal situación la pesca de un pez es un acontecimiento. Habían doblado por el camino vecinal y se adentraban entre la maleza abrupta de los abedules. Anya se había sacudido definitivamente la somnolencia y contenta, porque se le ha presentado la posibilidad de charlar de su tema preferido, continuaba con los razonamientos: —Me gusta lo que es hermoso, lo que tiene chic. Los podios, los desfiles, la alta costura… En las películas, en ellas todo debe ser misterioso, incomprensible y con mucha ostentación también. Cualquier tipo de mística, eso sí es interesante, pero no me gusta el terror, pienso que es opuesto. —¿Crees que no tenemos nada misterioso aquí, inexplicable? —¿Bueno y que misterios es posible encontrar en esta aldea? —Se había encogido de hombros. —Podría en vez de tanto parlotear contarte algunas de las fábulas, no es tan interesante como lo que muestra un aparato de televisor, pero son curiosas... Espera te contaré una, aunque es una historia real y no una simple historia, ésta tiene un misterio terrible. —¿Un misterio? —Había vuelto a preguntar en voz baja Anya, habiendo redondeado sus ojos miopes. —Hay sobre el río un remanso silencioso que está cubierto de juncos y nenúfares, casi no se distingue por los sauces que lo han cubierto. Allí sobre el agua dormita una pequeña lancha frágil, sin remos ni timón, balanceándose sobre el agua transparente, mientras las cabrillas menudas lamen sus bordes que se han ennegrecido. En realidad la lancha no duerme, solo espera. Espera alguna persona descabellada que se atreva a sentarse en ella… Solamente hay unos pocos locos que lo han hecho, ya que aquí todos sabemos que quien se ha sentado en esa lancha se aleja navegando de forma irrevocable, y por sus bordes no es posible abandonarla. La persona desaparece y la lancha de nuevo vuelve en silencio vacía, volviendo de tierras desconocidas, balanceándose sobre el agua y esperando, atrayendo, llamando… — Iván había callado. —¿Eso es todo? —¿Y no te basta? —Claro que no. ¿Dónde está el enlace de la trama, donde su desarrollo? No, Iván, no sabes inventar historias. Esto es porque tú no tienes un televisor. Mirando hasta hartarme he aprendido, y sin problemas podría inventar la continuación tranquilamente. Es aquí donde es necesaria la experiencia y el conocimiento para estas preguntas… —¡Yo lo llamo estilo! Una poseedora de tal estilo solamente lo tiene una profesional, y aún puede que un profesor con estudios similares. ¿Piensas que yo no sé cómo retorcer la intriga? Sería necesario contar cómo algunos conocidos de mi aldea han subido en la lancha, se ha puesto a nadar, y después… Puede que yo no miré el televisor, pero leo libros, a propósito, más que algunos. No es complicado inventar. Pero es una disputa vacía, porque todo lo contado sobre la lancha es verdad. Sí, la invención es fascinante, pero debes comprender que nadie sabe realmente lo sucedido, solo se alejan navegando las personas. No hay nadie que pueda relatarlo. Esto es como la muerte, los testigos que visitan la vida de ultratumba no existen. —Sí, sí, sí, —había comenzado a menear la cabeza Anya, — sin duda, seguro que este remanso está situado sobre cualquier río desconocido, y nadie sabe cómo llegar a aquel sitio recóndito. —No hablaba de eso. —Pero es fácil adivinarlo. Todos los objetos encantados o están perdidos, o se encuentran allí donde es imposible conseguirlos. ¡Sobre el reverso de la luna! —Se echó a reír. —Si vamos doblando a la izquierda, bajamos a la orilla, y continuamos contra la corriente del rio unos minutos veinte, veremos el remanso mágico. —¿Y habrá allí una lancha encantada? —Sí. —¿Y de repente en ese momento durante el camino, saldrá alguien de algún lugar escondido? —Todos los tontos, que probaron, hace mucho que se han alejado navegando. —Declaro a los peces la amnistía. La pesca es anulada. Condúceme hacia el cuento, Iván Susanin. —Como ordenéis, señora. Pero lo uno no impide lo otro, picar y mirar no se llevan mal.Así es la mística del pueblo. ¡El misterio es misterio, y el picar es picar! Las curvaturas caprichosas del lecho transformaron el pequeño riachuelo en una fila de silenciosos remansos, con meandros abruptos y remolinos. El velo de la mañana cubría con una plancha sus aguas, hacía el riachuelo indiscernible desde sus lados cubiertos de hierba, en las orillas. Habiendo bajado al fondo de un barranco, los aficionados a la mística habían comenzado a caminar por un sendero mal distinguido, que a lo largo de sus bordes, por detrás de los árboles, dejaba sentir el agua. La polémica e inconsolable Anya se había callado, en secreto deseaba que las palabras de Iván fueran la verdad. El joven en su monologo, picardeaba, hablando sobre el buen picar que habría donde iban. Él solo mencionaba su pesca tan próxima, pero en el fondo, los dos querían desesperadamente aventuras mágicas y milagros. Los rayos oblicuos solares no conseguían penetrar por el barranco y la niebla, que se elevaba en nubes, con ligereza dirigía hacia la orilla los tocones nudosos como monstruos que se habían adormecido. Iván veía en sus espaldas escamosas extremidades flexibles con garras en las patas. Anya que iba a su lado representaba otros cuadros en su mente; A través del velo distinguía los cuerpos graciosos de las ninfas del bosque que bailaban bajo las bóvedas del templo verde, la sirena que se escondía modestamente en una flor enorme de nenúfar, o los elfos que giraban sobre la tierra. —¿Te crees tus propias palabras? —Júzgalo tú misma, Anya, la idea siempre me ha tentado. Toda mi vida oyendo de horrores sobre brujería y magia, cada vez se volvía más interesante para mí. Pero no lo sé, la verdad. Desde mi infancia oía los comentarios sobre la lancha encantada. Justamente, cuando yo cumplí los cuatro años, en aquel verano, uno detrás de otro, desaparecieron tres adolescentes, un muchacho y dos chicas. Es el suceso más importante que sucedió, nadie los volvió a ver nunca. Y el verano pasado en presencia del tío Sergey, una muchacha, estudiante y forastera, se había sentado en la lancha y… Hablaban que se había ahogado. Pero no encontraron el cuerpo. ¡Aquí, lo que ha pasado desde mi nacimiento… pero tales historias se cuentan en algunos lugares más! Sobre el porque los del río no han vuelto, los ancianos creo que saben quién es el culpable. ¡Anya, incluso si hay una mínima posibilidad entre los centenares que desaparecieron, eso significa que nos perderemos, ¿para que arriesgarse?! —¡Es necesario, porque es lo sensato! He pensado por qué debemos sentarnos en la lancha: nos pasearemos por el río, no nos pasará nada y todo el misterio desaparecerá. ¡Pero, si no, nos pondremos a nadar… o reconocerás que es algo inventado con destreza! ¡Has echado el gancho y yo no he picado, esta es tu pesca! ¿Pensabas que fácil es engañar a una de la ciudad? ¡Mira! La muchacha había marchado hacia la lancha. Del fuerte empujón la barca se inclinó y, despacio, acelerando, se puso a navegar hacia el centro del remanso. —¡Quieta! ¡Espera! —Iván había saltado a la lancha detrás de Anya —. ¡Que has hecho! —Hablas como si no podrías nadar, vamos a lo desconocido. —Si regreso a casa solo a mí me romperán la cabeza. —¿Sí?, no te pareces a un valeroso caballero, pero da lo mismo debemos mantenernos juntos, en los cuentos siempre es así. —Anya había sonreído —. Nosotros ahora somos los héroes fantásticos. Iván no había respondido. Mientras hablaba, la lancha, cogida por una inesperada fuerte corriente, había conseguido abandonar el remanso y salía al centro del riachuelo, no ancho pero tortuoso. El silencio de su alrededor no gustaba mucho a Anya, y deseando esconder la alarma, preguntaba intencionadamente animosa: —Escucha, por cuanto he comprendido, subíamos por la corriente y, por consiguiente, ahora nadamos directamente al poblado, casi hasta casa. —Viajar para nosotros es cualquier cosa menos lo que hacemos en esta lancha, consentí venir por tí. Y ahora, ahora sé que no debí. —Iván, deberías trabajar en el cine, tu eres un actor profesional. Por mero interés, ¿se prolongara mucho tu broma? ¿Hasta que mire adelante y vea el principio del campanario, el techo de la iglesia, de las villas altas…? Después nosotros abordaremos la orilla y, si nos damos prisa, regresaremos a casa a tiempo de desayunar. —Ya veremos. El tiempo se estropeaba. El sol había desaparecido detrás de las nubes que chocaban, y la niebla que no llegaba a dispersarse bajo sus rayos se espesaba, cubriendose con un velo blanquecino el barranco y el río. Los viajeros habían dejado de distinguir las orillas. —Me parece, que comienzo a creerte, —había pronunciado en voz baja Anya, — también… Creo que no nos merece la pena tentar al destino. Perdona, no pensaba que hablaras en serio. ¿La lancha se desliza más rápidamente, nos lleva a algún lugar… Por qué hay tanto silencio? Los pájaros antes trinaban y oía todos los sonidos… Anya tenía dificultad para prestar atención al silencio, un denso anillo les bajaba desde la cabeza y nidificaba en los dos corazones, la alarma se reforzaba repetidamente sin haberse asomado todavía el pánico. El silencio sordo de algodón, la niebla insólita que caminaba por el agua, la carrera desconocida y constante que llevaba la lancha, todo eso no se parecía a una broma. El río se había transformado. La transparencia de las aguas plomosas era asombrosa, pero, a pesar de su limpieza cristalina, no se conseguía examinar el fondo. La lancha era como si se deslizara sobre un abismo sombrío. La oscuridad se levantaba de las profundidades del río privándoles del mundo multicolor. La niebla había absorbido los contornos de las orillas, y se podría considerar que no era ya un río, el océano inmenso balanceaba, frágil, la pequeña barca. —Me parece todo muy raro. —Había musitado Iván. El silencio que oprimía era violado por un sonido bajo y claro. El fondo de la lancha había comenzado a susurrar por la arena. Los dos se estremecieron. Iván y Anya podrían jurar que un instante atrás, ellos estaban rodeados por un sin fin de planchas de agua. La niebla había retrocedido desnudando las orillas. Miraron alrededor, la arena de color lila, los cantos rodados grises extendidos y caprichosos. Un sutil dibujo para el ojo donde un poco más lejos, aparecían las colinas en pendiente suave, arropadas por un velo rosado. —Zo li… —Había pronunciado de repente la muchacha que saltaba fácilmente de la lancha. Extrañamente, sus plantas no dejaban huella en la arena húmeda. —Anya voy contigo… —Había empezado a comentar Iván, pero comprendió de repente, dejando de importar por que la muchacha marchaba apresuradamente, que él no tenía tiempo, todo lo que veía era su mundo conocido. —Soy Orr y voy en su busca… —Había susurrado él en la vacuidad. Zo-li iba por el camino que se retorcía entre las colinas de pendientes suaves. La muchacha, fatigada por el largo trayecto había parado un momento, fue cuando con su mirada divisó la mole, arropada por un velo, del castillo. Zo li se apresuró aun más, apretando el paso, pero era en vano, el sendero que iba haciendo eses con cada paso que daba la alejaba más del objetivo. La arena de color lila crujía debajo de sus pies, y este sonido recordaba a la muchacha a una risa zaheridora. —"¡Me has atraído, y ahora te ríes! Mejor me dejas llegar al castillo" — Zo li lo había pensado e inmediatamente, no sabe cómo, se encontraba a dos pasos de la puerta negra ferrada con las rayas plateadas. —"¡Parece que mi opinión aquí significa algo!" — Había pensado con aire de suficiencia. Las cintas metálicas cinceladas que cubrían la ranurada madera, los remaches tetraédricos brillantes, la fractura áspera del árbol viejo, todo eso se reproducía fidedignamente, para nada se diferenciaban de los objetos del mundo habitual. Mientras, las paredes del castillo eran vagas y no tenían ni las líneas ni las formas precisas. Obedeciendo a la orden mental de Zo li, la puerta se había abierto. La muchacha entraba en la morada de sus sueños. ![]() El castillo estaba tejido por las sombras y las luces. Las salas y las escaleras se sentían solamente entre el caos de las manchas y la vacilante luz solar. Pero Zo li sabía que merecía la pena entrar en cualquier de sus aposentos, las sombras iban encontrando las luces y el orden se acomodaba, poco a poco se iban convirtiendo los locales en semejanzas. Los cortinajes tejidos por la niebla como un espejo de luz plateada, aceptaban los contornos habituales para el ojo humano, sometiéndose a la voluntad de la señora recién aparecida. Zo li comprendía que había encontrado, ahora, su casa. Zo li la muchacha incoherente con los vaqueros rozados y la camiseta desteñida se había acercado de repente a un espejo. —¿Tú, te crees mi reflejo? —Había preguntado el ama del castillo. —Sí, —Había respondido la muchacha incoherente. —Apártate, no puedes ser yo. El reflejo se había disuelto entre los bucles de la niebla. De las profundidades del espejo salía una figura alta, arropada con una capa de tela plateada. Zo li habiendo saludado, se quedaba inmóvil, con las manos alzadas. Llevaba una diadema con estrellas que radiaba sobre sus magníficos bucles de color lila, un increíble talle fino y unos pies inverosímilmente largos que no podían pertenecer a una mujer terrestre. —Que... Qué guapa estoy. A trabajar... —El ama del castillo había levantado del suelo las ropas plateadas que caían, le volvió la espalda al espejo y se alejó de la sala. Zo li adornaba el mundo. Las colinas de color lila, que se extendían alrededor del castillo, se habían cubierto con el tapiz de los lirios blancos que sonaban con el soplo de la brisa. El cielo había comenzado a jugar con el tornasol y el nácar, y las cascadas de cristal chorreantes de vaporosidad, habían transformado el paisaje llenandolo con su magia. Zo li había despertado, antes yacía en un sueño infinito, ahora recordaba a los elfos, y aquellos tiempos donde podía observar sus corros alegres, girando, sobre colores blancos como la nieve. Había rellenado sin parar el castillo con creaciones de ensueño, día y noche, que la contentaban, era la señora. En contra de su deseo, la vida de los seres que eran parecidos a los niños, era demasiado corta, pero su muerte no impresionaba, siendo delicada, fácil. Los pequeños de ojos verdes se derretían convirtiéndose en polen dorado, que brillando en el aire se alejaba navegando, despacio, hacia el horizonte de color lila. Zo li creaba multitud de milagros, transformando el mundo, pero más que las metamorfosis, lo que quería era cambiar los reflejos que solían aparecer. Mujeres deslumbradoras, hermosas, y paisajes desconocidos venían a ella desde los abismos cambiándole el mundo, y Zo li tenía que aceptar los nuevos aspectos, pero poco tiempo después lo cambiaba todo junto con aquellos vestidos aburridos, convirtiéndolos en preciosas creaciones. Cuando el firmamento apretado por el velo, se ilumino con la luz de la luna llena, la Reina de los Sueños volvió. Zo li de mientras, incomparable, cantaba y de su voz maravillosa florecían centenares de nuevas azucenas sobre las colinas. El aire, empapado por los aromas que aturdían, estaba inmóvil; un ruido seco nos descubría a las chicharras que como miríadas de cuerdas de oro atravesaban la noche; las estrellas, parecidas a piedras preciosas, miraban pensativamente a la tierra que se había dormido... La Mano derecha de Orr yacía en el mango de la espada, pero la pose relajada hacía suponer que él se había adormecido en la silla, habiéndose sometido a la pacífica noche del sur. Orr escogiendo con precaución los senderos, trazaba el camino, agudizando los oídos a los sonidos misteriosos, pues el bosque nunca dormía. De repente una masa negra se había separado de la corona de un árbol parecido a un roble, y con un chillido se había echado a la espalda del jinete. Imperceptible por la mirada, el movimiento, un silbido cortaba el aire y el cuerpo de su enemigo también; perdiendo la vida su adversario caía a plomo penosamente en la tierra. En el mismo instante tres asesinos más habían saltado en la emboscada, y se ponían delante cerrándole el paso, él retrocedía unos metros. La espada de Orr se llevó de un tajo las cabezas de dos de los asaltantes, y el tercero acababa su existencia siendo apuñalado en corto de un golpe, clavando su cuerpo en el árbol más próximo. Habiendo arrancado el acero, Orr limpiaba la sangre de él y con un movimiento suave lo colocaba en la vaina. El guerrero sabía que a la espada le esperaba un descanso corto, y aunque la vía estaba libre, los cuerpos muertos se quedaron extendidos en medio del sendero del bosque y era cuestión de tiempo, Orr preveía que la lucha corta de esa noche era solamente el primer episodio de una más larga y cruel. El oráculo de la Eternidad le había contado a un gran mago de Vitimyurgu la noticia sobre su rápido fallecimiento, habiendo visto en el espejo que su pérdida era provocada por la mano de Orr. Este brujo, quería acabar con aquella predicción, aspirar a conservar su propia vida y cambiar la profecía, la que predecía la liberación de las tierras de Los Acantilados del poder de los brujos de su género, Vitimyurgu quería con todos los medios necesarios destruir a Orr. Este había espoleado a su caballo y se sonreía de repente, recordaba el campo ondulante y las piernas rollizas de la princesa Arilony, ahora prisionera de Vitimyurgu; Las promesas que en otro tiempo se hicieron sobre la terraza del palacio, mirando al campo, augurándole un premio digno. El amor apasionado de Arilony y la sed de venganza, conducían a Orr hacia delante, él no le perdonaría nunca a Vitimyurgu las persecuciones crueles que había causado a su alrededor. Orr el Invencible que había sumido al dragón de dos cabezas, contra el complot que se había revelado de los siete sabios, que habían echado a las hordas de los nómadas del sur, y que habían sometido a las tierras de occidente. Nunca hablaba de la suerte que le había caído, solamente a veces, habiéndose interrumpido la pelea de las luchas sangrientas, pensaba en los placeres del amor y los jolgorios ruidosos, acordándose de la pérdida que ahora tenía y que era en otro tiempo diaria y habitual. El también recordaba algo que no entendía, sólo en su caballo, como en una nube, los árboles que crecían en algún sitio, los robles y los arces, como veía a muchachas terrestres flexible, garbosas, y bellas, en otro mundo donde Orr viajo. Ese era un reflejo alterado de su otro yo, hace mucho que había ido desapareciendo de forma irrevocable, casi olvidado ya, aunque los reflejos de los recuerdos se encendían a veces en su cerebro. Orr había salido de la franja de los bosques al amanecer. Un pájaro parecido a un cuervo, le miraba con profundidad por detrás. Zo li sabía como era el comienzo y el fin de su mundo, su amante verdadero y su principio eterno. Todo era creado con su voluntad y la servía... Sabía que era la Reina de los Sueños y que la soledad, solo su soledad, servía al empeño de su omnipotencia. Cualquiera que entrara en el mundo de las imágenes mágicas, esa persona, violaría el equilibrio frágil de los brillos de luna y convertiría el universo en un caos primitivo. Temiendo la invasión había protegido las tierras con una pared invisible, hacía invisibles las colinas que se habían cubierto de lirios blancos, las torretas chinés del castillo, las cascadas de cristal y los arroyos. Los hocicos de los ojos ajenos y extraños no podían vivir en su tierra. Habiendo hecho esto así, la Reina de los sueños pronunciaba: —¡Sí, habrá un baile! Al mismo instante, en la sala redonda con dos docenas de ventanas conopiales y las columnas en espiral, donde los capiteles eran coronados con los colores del cristal, había comenzado a llenarse con creaciones estrafalarias. Se materializaban de entre los hilos de la niebla, se infiltraban a través de la construcción opalina del suelo, surgían de las gotas del rocío, llegaban junto con el aroma de las flores... Y Melodiaban las flautas... Entre la muchedumbre eran muchas las hadas invitadas, las conservadoras de los pequeños arroyos y las islas que sabían crear las ilusiones. Se reunían en pequeños grupos, evitando la sociedad de los invitados que no poseían los misterios del sortilegio, y se distraían, creando milagros no complicados. Alguien se transformaba en una flor, alguien se rodeaba de un enjambre que brilla con chispas, alguien se disolvía en el aire. Los elfos convertían el vapor en numerosas alitas que se trasladaban por la sala y en todo momento emprendían persecuciones alegres. Los gnomos Serios y callados se comunicaban con frases ambiciosas, discutiendo sobre la construcción de la ciudad subterránea. Descontenta por el aislamiento de los invitados, Zo-li palmoteaba hacía los extraños personajes que poblaban las tierras, el agua, y el aire mareandose en un baile rápido. Entre los seres de poca estatura que habían llegado a la fiesta se elevaban, atrayendo la atención de todo el mundo, cerca de un centenar de bellezas sobrenaturales, de mozas con estupendas vestimentas lujosas y elegantes. Zo-li deseando convertir la fiesta en algo grandioso había llamado al baile a todos sus recuerdos, sus reflejos. No se había equivocado, las mujeres del espejo se convertían realmente en la atracción principal del baile, y la Reina, que se sentaba sobre el trono de cristal, examinaba los sueños con satisfacción desde su sillón. Una adolescente incoherente con la ropa rozada, no sabía cómo se introdujo entre el corro de los reflejos, hizo que Zo li se distrajera con la contemplación beata. Fruncía las cejas, y la estrella que radiaba sobre su frente se iluminaba con una luz fría amenazadora. Pero la muchacha que estaba ante el trono no iba a irse, sometiendo la voluntad de la gobernadora encolerizada. Zo li entonces comenzaba a hablar: —¡Tú no eres mi reflejo! ¡¿Cómo te has atrevido a venir aquí y oscurecer nuestra fiesta?! ¡Vete fuera, abandona este mundo! —He llegado a pesar de su voluntad, pues hay unas leyes que no puede violar nadie. Mírame a los ojos Reina de los Sueños. ¡Ha llegado el tiempo de una decisión importante! El tiempo de la Elección. Zo li sabía que la muchacha tenía el derecho. Ninguna de las dos podía desobedecer la voluntad de la Fuerza Desconocida que las obligaba a ellas hacer eso, y que no era posible negarse. —Ven... Acércate, más cerca, —había llamado la muchacha con la ropa rozada, — mírame a los ojos. Mirando atentamente ante los ojos miopes de la muchacha, Zo li había visto cómo pasaban en el fondo de sus pupilas imágenes no muy claras. Como si del fondo de un remolino negro emergieran a la superficie, rellenando todo el espacio… La Luz de Oro del Sol había dispersado el frío resplandor de luna. Zo li la muchacha crecida y la chica desconocida habiéndose abrazado iban recorriendo el extraño camino, y cerca de ellas, como los planetas alrededor del astro rey, iban velozmente riéndose, despreocupados, dos chiquitines de tres a cuatro años. Los sentimientos no habían alterado el semblante irreprochable de la Reina de los Sueños: —Satisfice tu petición, niña. ¿Ahora me permitirás continuar el festejo? —Una sonrisa aparecía entre su voz. —¡Te acuerdas de su nombre! ¡Llámale! Él está muy próximo, a tu lado. Llámale, y volveréis... —En los ojos de la muchacha incoherente brillaban las lágrimas —. Os espera el amor, la felicidad, una vida larga. Tendréis niños, nietos. Es la vida misma. Llamale... —Se derrumbará el castillo y estas creaciones encantadoras... —Zo-li con un gesto generoso indicaba a la muchedumbre de los invitados que estaban acomodados — ¿Éstas creaciones inocentes y tiernas morirán rotas por las rachas de un viento helado? ¿Seremos reducidos a las cenizas... Perderé el poder, y la Eternidad me volverá las espaldas...? ¿En nombre de qué o quién? ¿Quieres arruinarme, intentando seducirme con una pobre enseñanza de la vida y sentimientos no existentes? Pero tu tentación es tan lamentable y ridícula como tú. Tú eres mi peor reflejo, que no tiene lugar en mi fiesta de la belleza. La estrella sobre la frente de la Reina de los Sueños ardía con una luz deslumbradora que iluminó a la muchacha incoherente, y ella en sus facciones revivía un horror inexpresable: El reflejo cambiaba, Zo li la incomparable lo recubría de una red llena de grietas, y con un sonido silencioso se dispersaba en miles de trozos de vidrio. Escamas plateadas habían cubierto el suelo opalino y unos espíritus minúsculos, sobre la superficie, robaban los trozos de cristal del espejo, liberando el lugar para los comensales. El baile continuaba. Habiendo empujado con el pie el cuerpo del enemigo postrado, Orr se había abierto paso en la grieta y, encorvándose, entraba por el boquete en la roca de granito al pasillo. No sin esfuerzos, con cada hora arriesgando su cabeza y habiendo enviado al otro mundo a muchos enemigos, él había llegado al fin a la guarida de la bruja Kryery para oír la predicción tanto tiempo esperada. El gran mago de Vitimyurg que había mandado a la cueva a tres de sus esbirros, supo robarle a Orr el cristal mágico, de ese modo le privaba de su defensa mágica. Pero esto no alteraba a Orr, acostumbrado a contar solamente con sus propias fuerzas y desconfiar de las personas que poseían la magia. Él podría seguir sin lamentarse por la joya mágica, parecida a una gran esmeralda. Le alarmaba otra cosa, Vitimyurg se había apoderado del cristal y hallado con su ayuda un poder sin precedentes sobre los vivos y los muertos, y solamente sus aliados del infierno sabrían cómo dispondría de ella el viejo loco. El pasillo se había torcido a la izquierda, y Orr se encontraba inesperadamente en una cueva espaciosa. Las antorchas, clavadas en las hendiduras entre las piedras, daban una luz débil y desigual. En vez de iluminar parecían, al contrario, que engrosaba las sombras en el local bajo abovedado. De la oscuridad habían salido en silencio unas personas de negro escondidas detras de una máscara. Cuatro de ellos le vieron. Orr se había parado en el centro de la cueva y puesto la mano en el mango de la espada. Calculador, esperaba. En silencio, al igual que las sombras, giraban a su alrededor los soldados oscuros e impersonales. Ondeaban por los suelos sus vestimentas negras, las llamas jugaban sobre los aceros. Sin volver la cabeza, con la vista en el lateral, Orr había captado como el adversario de la derecha se preparaba sutilmente para el ataque. Inesperadamente habiéndose echado adelante, Orr se había vuelto a la derecha, sacado velozmente la espada de la vaina y rebanado con ella la muñeca del atacante. La mano, con el hacha de combate apretado en ella, había caído a un lado, golpeando a plomo penosamente sobre la piedra. Inmediatamente con un golpe corto de arriba a abajo Orr había rematado al soldado herido que gritaba del dolor y que perdió el control de la situación. Sin haber dejado que atacaran, se volvía sobre sí, con un movimiento horizontal de la espada él pegaba una cuchillada a los cuerpos de los dos enemigos que estaban ante él, y le daba incluso, tiempo de ver, cómo uno de ellos retrocedía, agarrándose las interioridades que se revolcaban en el vientre cortado. Bruscamente habiéndose vuelto, Orr mataba al tercer enemigo que no había llegado a tiempo de poner la espada sobre su cabeza. El adversario, que se había quedado en soledad atacando a Orr, que fue herido pero que no pensaba rendirse, aprovechando que Orr le había vuelto la espalda, le lanzaba un puñal que apuntaba a los riñones. La intuición de la bestia, de Orr, no había cambiado y esta vez él supo declinar la oferta del acero que le traía la muerte. Habiéndose vuelto de nuevo, Orr asestaba un golpe definitivo, quitándole la cabeza de los hombros al último de los soldados que lo atacaban. La lucha duro solo unos instantes y, estando con los enemigos postrados, Orr reflexionaba sobre quién eran esas personas y quien las había mandado allí. Enganchando y levantando con la punta de la espada la máscara que escondía a uno de los muertos, él bruscamente la arrancaba de su cara. Orr no se había equivocado, una cinta azul con espirales torcidas dobles e impresas a fuego en la piel, que se había puesto blanca, del muerto. Tales tatuajes los tenían solamente los guardaespaldas personales de Vitimyurg, que hace mucho se habían ganado la gloria del infierno con su crueldad, más allá de los límites, y su sed incontenible de muerte. Habiendo sacudido la sangre del filo, Orr envainaba la espada e iba hacia delante, siguiendo la dirección de la oscuridad que le llevaría a las entrañas de la montaña. Bajando por unos escalones torcidos, Orr, se había topado con una cueva redonda donde sus dimensiones se perdían en la oscuridad. En el centro del local se levantaba un altar, compuesto de calaveras humanas a la izquierda de la siniestra construcción, y un trípode bajo a la derecha en el que se batía una llama pálida, azul grisácea. La comida que hervía en el perol, suspendido del trípode, no parecía muy apetitosa pero el olor era bastante grato. —Sé que te ha traído aquí gran soldado...—Una figura encorvada se había movido con parsimonia, confundida entre el altar, y marchaba al encuentro de Orr —. Una misiva importante te espera. Mira profundamente al águila que aparece sobre la esfera del bastón, es la rueda de tu destino. Orr sin entretenerse en conversaciones superfluas se acercó a los ojos la luz de la bola, y comenzaba a mirarla atentamente. … Un pradejón soleado, un mantel extendido directamente en la hierba, pastelillos y sobados en una cesta trenzada... Se Ríen unos niños, él y ella se miran a los ojos uno al otro... Esas personas enamoradas le resultaban conocidas a Orr. —¿Quienes son? —Había dicho de una manera entrecortada él. —Tú y tu mujer. —¿Yo? —Orr se echó a reír. —Ella está a tu lado, cerca. Acuérdate de su nombre, llámala y volveréis. ¡Acuérdate de su nombre! —La moza no es de mi gusto. Es fea. —¿Mirabas a la cara a las guapas cuando apretabas entre tus brazos sus cuerpos esbeltos? —Sí... —Orr se había ensombrecido —. Puede ser... —Ahí, mira a la niebla. —En sus ojos se nidificaba la niebla del pantano. —Son parecidas a las mujeres terrestres, pero sólo son parecidas... —Tú no existes aquí, perteneces a esas personas. ¡Mata tu soledad acordándote de su nombre! En los ojos de Orr había brillado la ira: —¡He llegado hasta aquí no para ir detrás de ella, vieja! ¿O Vitimyurg te ha subordinado a su voluntad? —No tengo nada más que añadir soldado valeroso. Vete de vuelta por el camino. Habiendo jurado, Orr abandonaba la cueva de la bruja. Un susurro casi indiscernible atrajo su atención. Habiendo puesto la mano en el mango de la espada, él con pasos fáciles empezaba a avanzar a lo largo de la roca... Un pequeño riachuelo lleva agua tranquila reflejando los sauces somnolientos, balanceándose con sus cabrillas levantadas por el vientecillo chocando, y una lancha vieja. Unas personas están escondidas detrás de los árboles, pero sobre el arroyo suenan sus voces lejanas. —¿La barca esta maldita, por qué? —Quién diablos lo sabe. Todas las semanas hay disgustos. Pero sea lo que sea, peor imposible... —El verano todavía no ha comenzado a despertar y ya han desaparecido dos. —El río es pérfido. Es extraño que el mozo de la localidad se haya perdido, los de aquí saben de cada remolino, de cada tocón nudoso. No van donde no deben. —Es necesario limpiar el fondo. —¿Si, para qué? —Los cuerpos no los han encontrado nuevamente... —Es un lugar de perdición... Han callado los pasos pesados, han callado las voces. Una libélula parecida a un elfo se ha quedado inmóvil sobre la nariz de la barca, ha puesto a secar las alas a los rayos del sol de la mañana. Hay mucho silencio... |
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