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Reflejos


Esta historia comenzaba un día bochornoso en medio del mes de junio. Solo habiamos acabado algunas reparaciones y en ese momento, fatigados por el movimiento de grandes pesos, al de un rato, nos pusimos a la limpieza del apartamento. Me había tocado en propiedad el lavado de los cristales. Habiendome armado con un cubo, un trapo, y una pila de periódicos viejos, me puse a frotar las ventanas salpicadas por el blanqueado. No quería ocuparme de las cuestiones caseras y por eso manejaba el trapo sin ganas, pero poco a poco el trabajo me fue apasionado. Me gustaba revelar la transparencia cristalina que iba apareciendo. Primero el mundo detrás de la ventana fue tapado por las blancas gotas de la tiza que se había secado, que hacían recordar la reproducción de un paisaje que se estaba reducido a cenizas, punteado por las pequeñas manchas de las moscas, luego en vez de los puntos blancos llegaban las disoluciones semidiáfanas del blanqueo lavado, que recordaban a los ribetes helados. Se alteraban los contornos de las lejanías detrás de las ventanas, creando un paisaje grotesco y extraño; un poco más tarde las rupturas acuosas eran cambiadas por la película del agua pura y la ventana se convertía en la portilla de un submarino. Pero sólo cuando el periódico de mi mano borraba los restos de la superficie la humedad, el cristal seco chillaba de placer manifestando su verdadera esencía y entonces paraba el trabajo, hechizada, mirando a través de la superficie transparente, dentro de las profundidades existentes, precisas, atravesadas por las luces doradas, a nuestro patio poco sobresaliente. El mismo patio perfilado por el marco de la ventana abierta, no tenía ni el más minimo atractivo, era mediocre, empolvado y apiñado. Pero el cristal lavado hasta sacarle brillo, podía transformar todo lo escondido detrás de él en una estampa mágica, en visiones de otro mundo, hermoso y diferente. Tratando de no nublarlo con invisibles planchas de aliento, me acercaba a la ventana, muy cerca, deseando examinar en ella algo inaccesible a una mirada indiferente. Y entonces vi una sombra en el reflejo. La imagen fácil, semidiáfana, incorpórea, que rezumaba entre el fondo de los árboles y los bloques del quinto piso, era parecida a mí, pero no podía ser yo...

En ese instante me llamaron a comer. Aplazaba los cubos y los trapos, me quitaba la pañoleta que me cubría los cabellos, y renqueaba hacía la mesa. La sorpresa me la pegaba durante la comida, me pareció ver más de una vez una silueta apenas distintiva que pasaba sobre la loza de los platos, el cristal de la garrafa, y la piel lustrosa de las manzanas.

La parte básica de la limpieza fue cubierta antes de la comida, pero después del refrigerio me era ofrecido más de lo mismo, frotar el gran espejo que se hubicaba en la antecámara. Lleve con diligencia la burla de mi hermanita menor, porque me daba lo mismo, quería ver como se transformaba el espejo por medio de un trapo regular y los periódicos, y se convertía en un cristal mágico. Me acerqué, como al vidrio de la ventana, y a mi encuentro se arrimaba el reflejo. Y de nuevo, la reproducción que se desteñía, las escisiones parecidas a las cintas heladas, la portilla del submarino y...

Una muchacha de diecisiete años, con los cabellos claros que salían deshilachados de debajo de la pañoleta, con los vaqueros rozados salpicados por la pintura al oleo, y cubierta por una camisa de hombre amarrada con un nudo al vientre, estaba concentrada mirando al cristal con un trozo de periódico arrugado, mirando a través de mí. Eso era mi reflejo.

El cristal lavado hallaba de nuevo la transparencia mágica y de vulgar pasaba a extraordinario, irreal. Ahora el espejo era una ventana, y detrás de él estaba una muchacha en la otra parte, a través del espejo. Levanté los ojos y sus pupilas se fijaron en mí. Nos moviamos despacio al encuentro una de la otra, nuestras palmas abiertas no se tocaron apenas, pero la fina capa de hielo del cristal se encontraba para nosotras como una barrera insuperable. Sonreimos, fruncimos el rostro, nos ajustamos las camisas, nos alejamos y acercamos al espejo que nos dividía. Ya no notaba el cristal. Había adquirido una transparencia propia del vidrio, pero parecía como si se hubiera disuelto, como si hubiera dejado de existir, veía solamente una ventana rectangular en una pared ciega, detrás se dibujaba el interior del apartamento y una copia del espejo donde me encontraba. Era difícil creer que bajo aquella capa delgada del cristal plateado se escondiera un muro de hormigón normal. La verosimilitud admirable de la imagen engendraba el deseo de marchar hacia adentro, a ese mundo extraño.

Más entretenido que nunca, incluyendo la tierna infancia, jamas me poseyo un sentimiento semejante. La vida habitual llena de acciones diarias y los objetos, no me predisponían a reflexiones tan abstrusas. A veces buscaba el misterio, en algo superior, lejano, pero el espejo... Colgaba en esa pared aún antes de mi nacimiento, pasaba de largo día tras día, miraba en él, crecía, cambiaba, y el espejo obedientemente reflejaba los cambios, sirviéndome siempre con agrado. Junto conmigo se cambiaba aquel mundo del espejo. ¿De veras hay una ley física sin corazón, con ondas electromagnéticas, un ambiente con un registro distinto en la refracción, con aquellos disparates que hablabamos no recuerdo en que clase, y que han creado este mundo ilusorio de la parte a través del espejo? ¿De veras no hay nadie, ni nada, ahí?

De nuevo me acerqué al cristal, al mismo tiempo que aquella que veía detrás del espejo. Nosotras dos sentimos el plano frio del material y, probablemente, las dos nos sentimos unas perfectas tontas. Nuestros pensamientos eran simplemente ridículos. Dabamos vueltas, y cada una se fue a la profundidad del apartamento. Habiendo salido de la vista de los habitantes de la parte a través del espejo, me volví a la zona de la pared, a la puerta de entrada; las perchas para la ropa se situaban ceremoniosamente en la profundidad del mundo ilusorio, indistinguibles de sus seductores dobles. La muchacha había desaparecido. "Es interesante, ?estaba pensado, ? miraré de reojo a la ventana que ha quedado vacía, ¿se acordará de mí o solo existe cuando miro al reflejo? ¿O yo y ella somos únicas?"

Aquel día no volví a pensar, ni en la metamorfosis del cristal, ni en su lavado hasta dejarlo brillante, ni en la parte a través del espejo. Solamente considerablemente más tarde comprendía, cual era el cambio tan importante que me había sucedido, como de forma imperceptible, pero irrevocable, me había cambiado toda la vida. A diario me acercaba a los espejos y me costaba ver igual mí propio reflejo, diferente de cuando emergieron en el cerebro aquellos extraños pensamientos nacidos por entonces, ese día bochornoso a mediados de junio. Los esquivaba, pero estaban en mi alma asomarme por aquella ventana. Trataba de comprender que pasaba y, como siempre que se deseaba concebir lo inconcebible, me derrumbaba en el abismo de las terribles sospechas y daba apertura a las monstruosidades que sin ceremonias se convertían en mí representación sobre el mundo.

Una vez estando cerca del gran espejo en la antecámara, reflexionaba sobre aquella que con hincapié me miraba. Quería comprender en que pensaba. ¿Serían las reflexiones mias en el doble o había pensamientos especiales detrás del espejo? Trataba de imaginar durante mucho tiempo que podían representar los pensamientos reflejados, pero a mí no me bastaba la imagen de un fantasma. Aquí se deslizaban en mi infeliz cabeza las primeras sospechas. ¿Por qué yo, en realidad, estaba tan segura de que la muchacha de la parte a través del espejo era mi reflejo? ¿Por que realmente no podía ser todo precisamente al revés? ¿Y si de repente la realidad se encontraba al otro lado del cristal, y si el reflejo tenía un orgullo no menor que el de mi misma persona y contaba con el mismo aplomo la causa del origen del fenómeno misterioso? Ahí estaba ante mí, una copia absolutamente igual a mí. Hacíamos los mismos gestos y las dos podíamos tocarnos... ¿Pero si somos iguales? No tengo poder sobre ella. No puedo hacerla irse, cambiarse, saludar, repetir otros movimientos. ¿Y ella? ¿Puede hacerlo, o no quiere simplemente? ¿Se mira en el espejo, se arregla el cabello, la ropa, y como una esclava repite los movimientos, consolandose con la libertad aceptada por una elección? Y entonces hice la pregunta fatal, que había recorrido definitivamente mi ser desde el suelo hasta la cabeza: "¿Que puede demostrar la realidad de la existencia? ¿Cómo se que existo sin la relación de los espejos, y si mi memoria se quebrara en episodios, por separado, y solo se actibaría durante la contemplación del "reflejo" y entre este espacio se abriría solo la vacuidad? ¿Puedo vivir en un mundo enorme completamente desconocido?" Pero esas tentativas cohibidas de justificación, demostraban como el derecho de la autenticidad era tan fácil desmentirlo... Todas las pruebas en cuanto más o menos convincentes que se mostraban, en realidad, no eran nada más que declaraciones, ¿que significaban?, pues todos representabamos las mismas sensaciones subjetivas, y por eso, fuera de nuestro cerebro, el mundo, ese otro, podía existir realmente, podía ser completamente otro. Eso me ponía en guardia y me alteraba. ¿La absurdidad de la vida consiste en la completa imposibilidad de confirmar su realidad, acaso esa era la norma? ¿Acaso eran o no dignos de tal mundo los seres creados a imagen de Dios? No, también la parte a través del espejo podía vivir con tales leyes delirantes. Y surgía aquí el dilema: O mi mundo y mí reflejo eran relativamente reales en su realidad, o él existía solamente en la mente como un reflejo fantasma en mi cerebro. Esto y aquello no me convencía...

Así que era completamente probable vivir en paz afirmando que aquello no existía. Sin fuerza ya, repetía los actos de aquella que me miraba por el cristal. Mí, sú reflejo. Probablemente su mundo estaba más lleno, eran más brillantes sus colores, los pensamientos eran más agudos, la belleza era más perfecta y en él era posible demostrar la realidad de la existencia. Y yo, o nosotros, las sombras lamentables que se deslizaban por el cristal, el cristalino transparente, privados de voluntad, repetíamos la vida real inútilmente, contrarios a una caridad que nos dotara de la razón.

Los últimos días pasaba mucho tiempo ante el espejo, y mi familia comenzó a pensar si no estaría enamorado. Si no…

Por extraño que fuera, casi me resigné por completo a mí destino, me había decidido a comprender el reflejo de aquella que se me parecía tanto. Siempre, de repente, aparecía un siguiente "pero" que destruía ese frágil equilibrio. Ahora estaba convencida que había emprendido el camino del conocimiento, pero también sabía que nunca podría sujetarme sobre aquel sendero escurridizo, ella se separaría obligada y escaparía, escaparía hacia otro lugar, fuera de las nuevas observaciones de mí vista y… de la locura.

Mi abuela me ayudaría en mi objetivo definitivamente, en la práctica con el espejo de tres planos. Mi madre, mi hermanita y yo, habiendonos abastecido con una madura sandía enorme, salimos de visita a casa de la abuela, de ochenta años de edad, cuya persistencia sobre continuar con su propia independencia, llevaba a mi madre a la desesperación. La abuela deseaba obstinadamente vivir su vida. Yo sabía que no se dejaría seducir, estaba completamente claro, con una sandía y palabras melosas, sin embargo mi madre había decidido probar otra vez a persuadir a la abuela para trasladarse con nosotros.

Poco tiempo después, íbamos de camino, estabamos con las conversaciones típicas que se repetían regularmente en el trayecto. Yo… en cuanto entramos en el apartamento y como si fuera una lunática, sin haber siquiera saludado a la abuela, me dirigí en primer lugar donde las hojas, servicialmente abiertas, del espejo de tres caras que estaba en la sala pequeña. Desde aquel día, cuando abrí el misterio sobre la transparencia mágica del cristal, tenía grandes deseos de mirarme en ese espejo. Algo en la cabeza me susurraba que era necesario mirar a través de aquella antigua ventana a la realidad. Veía en el espejo por el rabillo del ojo a dos mujeres y una niña que me miraban con susto.

Pero ya entonces todo me empeza a parecer de otro modo. Sentía el reflejo de aquella muchacha que se acerca a la pared de cristal, examinando las imágenes que habían surgido en el espejo, que estaban en el fondo de la habitación, a su madre, su abuela y su hermana. Observaba todo lo que se encontraba a esa parte del cristal mágico, como repetíamos inconscientemente los gestos y los actos de las personas reales. Todo eso estaba claro ya y era lo normal. Debía olvidar pensar completamente en tales condiciones.

Me concentré de nuevo en el espejo, deseando mirar a través de él a mi creadora y a la otra. Habiendo sonreido, se acercaron al espejo las tres caras, muy cerca, y se echaban atrás habiendo visto las tres imágenes al mismo tiempo, no grité apenas, habiendo reconocido que ante mí no había tres cristales en un mundo, era otra cosa, pues en cada uno de ellos la muchacha se veía de otro modo, de otra forma. En un mundo único no podrían aparecerse ante los reflejos tres escorzos diferentes al mismo tiempo. Significaba, que ante mí había ventanas a mundos distintos. ¿Que era real en ellos? ¿Que en ellos era parte de mí? ¿De veras era yo un reflejo del reflejo? ¿Y por qué hablaba todavía sobre él "yo"? ¿Y si yo no existo en realidad? ¡Yo no existo en realidad, estoy solamente en los cristales transparentes!

Habiendo agarrado el reflejo del florero que pertenecía a mi seudorealidad, golpeaba con fuerza las ventanas a los otros mundos. El sonido ensordecedor había llenado mi universo, pero la liberación no llegaba. El viejo y apolillado tapiz de abuela era golpeado, cubierto con escamas de trozos brillantes, y en cada uno ellos… En cada uno ellos estaba aquella que intetaba evadirse, convertirse en persona, todos ellos eran etereos. Y aquel único presente, esa realidad, se perdía en un torbellino de realidades ilusorias...

¡Dios mío!, ¡Ayudame a encontrarme!

Espejos


 

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