La Casa de Elena
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LAS NOCHES DE LUNA![]() Les gusta hablar en las noches de lunas silenciosas. Uno de ellos es viejo, de color gris y está siempre inmóvil, el otro siempre animado y decidido. Uno no tiene nombre y tiene la nariz rota, el que le acompaña se llama Polkan, y no posee cola. Son amigos y, aunque muy diferentes, se necesitan el uno al otro. Sin Nariz es totalmente escéptico, nada le asombra. Polkan, a veces, es demasiado entusiástico y, como parece ser, a Sin Nariz el ser tan irreflexivo le molesta, especialmente por estar enamorado de la dama del condado local, una pequeña perrita pelirroja de nombre Ardilla. ¿Será que Sin Nariz no sabe de amores, o realmente no quiere saber? Polkan es de profesión guardián, aunque esta no es su vocación. Es demasiado bueno y confiado. Solamente, cuando el pegajoso miedo de la noche penetra hasta los huesos y cada sombra parece hostil, Polkan se enfurece y por miedo se prepara a hincar los dientes a cualquiera que ose penetrar ahí. La vocación de Polkan es ser Filósofo, y así se hace llamar. Él quiere hablar y fantasear. Él tiene una gran cabeza, es inteligente, y amable, con ojos redondos; de pelo marrón y muy espeso, con los cabellos algo ondulados. Polkan tiene la cola cortada y es gracioso verla moverse en todas direcciones como un ridículo cepillo de pelo. Lo que le ha pasado nadie lo sabe, excepto Polkan; y si se le recuerda algo acerca de la cola, inesperadamente se queda callado y serio, como acordándose de la desagradable pedida. Hacia los colegas se muestra indiferente, excepto cuando se trata de la bella Ardilla; nadie con quien pelear, ni nadie con quien amigar. A los amos los respeta, pero sin obsequiosidad. Polkan es independiente. Su único amigo a lo largo de toda su vida ha sido Sin Nariz. Sin Nariz es silencioso y tranquilo. Si no notas su presencia, puedes hasta olvidarte de él. No habla con nadie excepto con Polkan. En su larga existencia ha conocido muchas cosas y se ha impregnado de un profundo desprecio hacia el ser humano. Sin Nariz ama el silencio y la soledad. En tiempos remotos el cuerpo de Sin Nariz era blanco como la nieve. Veía pasar a la gente, vertían lágrimas, y traían flores. Y allí estaba, con los brazos cruzados, mirando con los ojos hacía bajo. El orgullo lo abrumaba. Conocía los secretos de todos, e incluso los suyos, Sin Nariz disfrutaba de la atención y la fama. En aquellos tiempos remotos tenía todavía la nariz entera. Pasaron los años y se hacía más extraño que llegaran los coloridos ramos de flores. Aparecían cada vez un mayor número de nuevos vecinos, pero no los notaba. Sin Nariz era orgulloso, él custodiaba la tranquilidad y la paz del descendiente de una antigua familia, de alta alcurnia, que había abandonado el mundo sublunar prematuramente. Se enorgullecía de su linaje, con su cuerpo de mármol noble. Por desgracia, el tiempo era implacable. Cada vez más las grietas que aparecían, y unos monstruos que le rompieron la nariz. Tuvo que esconderse, esconder su orgullo, se hizo más retraído y menos locuaz. Con el tiempo se acostumbró incluso a responder al apodo bastante despreciativo de "Sin nariz", con el que le condecoró el ignorante Polkan. La vida dictaba las leyes y tenía que someterse. Polkan parecía demasiado vulgar, ruidoso, e irritante para la arrogancia de Sin Nariz. Pero eso no impidió su amistad. Ha pasado rápidamente el resplandor de un día entero y de las preocupaciones habituales. Han huido a sus hogares la muchedumbre, los visitantes, que hasta que llego la oscuridad vagaban por las avenidas del viejo cementerio. Ya hace mucho que han cerrado la puerta y han encendido las farolas, y hasta los excursionistas más esmerados han dejado en paz a los difuntos. Y pasa ya entre las lápidas memoriales la sombra fácil del fuerte Cesar, el buen dogo, jefe de su colega Polkan. Con el mismo trote perezoso aparece por el sendero su amigo, con la intención de compartir las impresiones del día con él, con Sin Nariz. Durante todo el día ha estado hambriento y por eso se ha dado, especialmente, a los razonamientos y especulaciones. La luna brillante, casi como la luz del día, inunda a Sin Nariz. Han desaparecido las grietas, la telaraña oscura que cubre su cuerpo. Sin Nariz parece plateado brillante, casi transparente. A él parece haberle vuelto la grandeza pasada. Por todo el cuerpo se siente la solemnidad y la magnificencia siniestra de la muerte. Sin Nariz goza ahora de una felicidad completa. El entumecimiento entusiástico es violado por Polkan. Y aunque difícil de creer: ¡Entre este esplendor silencioso, él se rasca con indiferencia detrás de la oreja con su pata trasera! Y Sin Nariz se derrumba. —¿Polkan, no le parece que su ocupación actual es un poco inoportuna en condiciones semejantes? —¿Y qué condiciones son tan admirables para que no me sea posible ni rascar la oreja? A Sin Nariz se le nota como enrojece del enojo. Pero él solamente refunfuña: —Si usted, evidentemente, no entiende la razón obvia desde el principio, cualquier explicación será de poca ayuda probablemente… Polkan al no querer reñir ha trasladó la conversación a otra área: —Sabes, Sin Nariz, hoy ha sido un día asombroso, aunque no comprendo todavía el porqué. Me he despertado por la mañana, todo bueno, tranquilo y festivo. El sol, la hierba, los árboles, todo ello extraordinario. Las flores radiantes por el fuego directo, con las gotas de agua sobre ellas actuando igual que pequeños soles. Y todo bien, bueno, maravilloso… Es una pena, que no puedas ver esto, todo el rato en la sombra te tiene que aturdir. Ay, si tan solo pudieras ir allí un solo momento… En general, hoy ha sido una mañana rara. Y después está la iglesia, con ese olor a patatas fritas. Que olor… eres un pobre diablo… no sabes lo que son las patatas fritas, —con rostro enternecido Polkan ha puesto los ojos en blanco. Sin Nariz se muestra imperturbable y calla. —Mientras yo y otros disfrutábamos de todo aquello, no sé de donde, aparecieron las personas con sus muertos. Todos tan infelices, simplemente me causo pavor. El sol por alguna razón también luce para ellos, y las flores siguen deslumbrando, y todo sigue igual. Por otro lado los excursionistas jugando y alegres. Pensaba, ¿que pasaría si vieran a los otros con los difuntos, se calmarían un poco, se compadecerían de ellos? Aunque a ellos les importará un comino. Así ha resultado mi salvaje mañana. Lucía el sol, unos lloraban, otros se reían, las patatas fritas oliendo. Ahora solo me apetece aullar… Polkan ha mirado melancólicamente a la luna. Sin Nariz ha permanecido en silencio unos cinco minutos. O reflexiona por el relato de Polkan, o mira pasmado irreflexivamente a los rayos de luna. —Todo, todo pasa. Lo que se ríen llorarán y los que lloran se reirán. La esencia no está ahí. La esencia es: que todos ellos volverán a la tierra. He visto mucho y sí, no vale la pena pensar en la vida. Es algo liviano. La muerte es lo único inquebrantable y estable en el mundo. Cualquier ser razonable debe pensar solamente en ella. Cuando, usted, Polkan, ha tenido la idea de rascarse, aquí, detrás de la oreja, reflexionaba justamente sobre ello. No reflexionaba ni siquiera en porque su intelecto no tenía la capacidad comprensora suficiente. Ay, si hubiera sentido y probado la beatitud verdadera, la felicidad verdadera. —¡¿Cómo, Sin Nariz, piensas todo el tiempo en ella?! —Trato con todas las fuerzas. A veces es difícil. Me distraen estos papanatas. Van y vienen de todas partes y manifiestan una excesiva curiosidad. Sería hora de hacerles comprender que este no es un lugar para pasear. Con sus voces violan el Gran Silencio de la Muerte. Y eso no lo comprenden. Es muy desagradable. —Hablas de forma incomprensible. Probablemente es, porque estás en este lugar y no ves nada. Así de simple no ves nada, no piensas en nada. —Perdone por ser grosero, pero le tenía por más inteligente, Polkan. Sois demasiado simple. —Sin Nariz, Sin Nariz, simplemente nunca has dormido sobre la tierra suave y seca, cuando a un lado tuyo notas el calor de ella, y por el otro te calienta el sol. —Pero he visto la tierra fría de una tumba fresca. —Eh, amigo, como si no lo hubiera visto. Veo más de lo que hay aquí, porque corro por todas partes… Pero el placer… Si encuentro un hueso, que no es simple, con la médula y la ternilla, sin que nadie la haya roído, lo llevo a un pequeño rincón, al principio lo miras con indiferencia, después lo sujetas con las patas y lo limpias lamiéndolo con perfección; los incisivos muerden ligeramente la ternilla, y después comenzar a roerla hasta la turbación de los sentidos… Extraer con la lengua la medula… ¡Tal deleite tú, Sin Nariz, nunca lo has probado! —He visto otros huesos… Y ustedes, los cuadrúpedos y los bípedos, tarde o temprano llegáis a eso. —Te estás repitiendo: ¡Solo una vez! Mejor te cuento sobre acerca de Ardilla. ¡Ni te imaginas lo que es eso! Mi chiquitina misma, pero eso, eso… —Polkan, le pido, me libre de los detalles. Por la noche son inoportunos. Además, adivinareis, probablemente, cuantos enamorados han sido separados por la muerte. No comprendéis, cuan fuerte es. En calidad del ejemplo le contaré mi historia. Puede ser, que así llegue a las conclusiones correctas: Esto fue hace mucho tiempo… el comienzo habitual, como en los cuentos y las leyendas. Detrás del paso del tiempo mi historia será lo dicho, una leyenda. Esto fue hace mucho tiempo, cuando las damas iban todavía con las crinolinas, y la palabra "honor" no se había convertido en letras muertas. Aquel sobre cuya lapida estoy, había muerto en un duelo. La persona era un joven enamorado de una muchacha. Probablemente, tanto como es dado a suponer, era hermosa. La habían ofendido cruelmente y, probablemente, de forma injusta. Usted esto no lo comprenderá, pero entonces la única salida era el duelo. —¿Por qué no voy a comprenderlo? Solamente que alguien toque a mi Ardilla, GRRRRR… —Por Dios, no me interrumpa. Así que lo mataron. Los parientes y la muchacha eran inconsolables. Le relataba que, era probable, que fuera muy hermosa. La pude observar a ella muy a menudo, desde que estoy aquí. La pena fue desfigurando el rostro de la joven, la belleza es buena sólo para la felicidad. Al principio llegaba aquí cada día, trayendo entre los brazos un ramo de narcisos blancos. Me ahogaba en aquel mar de colores. Así, no un año, ni dos. Llegaba y lloraba, susurraba palabras afectuosas y hablaba con él. Pero el tiempo pasaba, aparecía ya con menos frecuencia: primero una vez a la semana, después una vez al mes… Por aquel entonces mueren también los padres del joven, y los entierran. Ahora la muchacha visitaba tres difuntos. Venía cada vez con menos frecuencia y menos frecuencia… extrañamente aparecía ya. Quedaban ya solo, sobre la tumba, un montón de narcisos secos. Poco tiempo después desaparecían. La última vez que vino aquí, llevaba consigo a unas chiquillas monas de cuatro y cinco años, sus hijas. No la conocía ya, había cambiado, y sólo el ramo de los narcisos blancos me indicaba, quien era aquella señora. Habiéndose arrodillado, comenzó a llorar. Estuvo algunos minutos de pie, y se fue. Se fue, por último, para siempre. Y la recordare durante mucho tiempo, como el ramo que se ha secado. —¿Y después, después? —Después nada en absoluto. Ha pasado más de cien años, nadie se acuerda ya de mí. ¿Ahora lo comprendéis?: la muerte y el olvido son más fuertes que los sentimientos más poderosos. Inesperadamente Polkan con la voz en grito, con desconsuelo, se ha puesto a aullar, como lo hace el lobo. A través de las lágrimas Sin Nariz le escucha: —Por un perro de raza me daban, por cientos de rublos el perrito compraron… la Cola cortaban, con aceite de zanahorias me untaban y de comer daban. El collar con placas… me llamaron Marc Ertsius… Marik en casa. Y después me convertía en un perro mestizo, me abandonaban… me abandonaban… me abandonaban… —Le pido a usted que se tranquilicen. Si quiere, le llamaré Marik. En verdad, no quería indisponerle. Sin Nariz por primera vez en muchos años se ha sentido turbado. —No es necesario llamarme Marik, me gusta el amo de ahora. Por el pasaría por el fuego y el agua. ¡Y tengo el amor, el amor! El Amor… Se ha establecido un silencio doloroso. La cabeza de Sin Nariz se vuelve inimaginable, un volcán. El firme, que parecía para siempre, templo construido, se derrumba. El caos es completo. Con trabajo escoge las palabras, Sin Nariz ha comenzado a hablar: —Sabéis, Polkan, no estoy seguro, tal vez… Aparte de la muerte puede que haya algo más. Aunque para cada uno, cuando pasa, se convierte en eterna. Esta noche he comprendido muchas cosas, las he comprendido gracias a usted, y en parte, claro, a mi propia experiencia. La muerte, ella es incondicional, pero la muerte es eso destrucción, destruye la belleza. La belleza, en el sentido más amplio de la palabra… hablabais sobre la mañana de hoy, que es hermosa. La vida… es la belleza misma de la naturaleza. Como consecuencia, la muerte es la deformidad, una patología. Si lo más importante que domina una vida es la muerte, significa que en su mundo está gobernando la fealdad, la oscuridad, la desesperación. Es demasiado salvaje y cruel. He estado equivocado durante más de cien años. He adaptado toda mi alma como la forma exterior. En verdad, si es bueno lo majestuoso, lo misterioso. Las personas lo han creado, pero ellas querían esconder su deformidad, una sonrisa horrible bajo una máscara. Yo mismo soy un engendro de este engaño. No puedo esconder que era hermoso y eso servía para distraer a la abominación de la muerte. ¡OH, que tonto he sido! ¡Y Polkan, no se desespere! Las Ardillas, los huesos y muchas otras alegrías son lo correcto, eso es bueno. Olvide el frío de la tumba. No vale la pena su atención. ¡La vida y la belleza, crea en ellos! Pasee con su Ardilla de sol a sol. Dios perdona siempre. Polkan, como hechizado, ha escuchado a Sin Nariz. De repente él se ha levantado de un salto, y ha echado a correr a algún lugar de la avenida lateral. —¡Naricitas, espera, ahora vuelvo, vengo ahora! Él vuelve rápido y entre los dientes blanquecen los narcisos. Sujetándose sobre las patas traseras, habiendose subido, pone las flores cerca de los pies de Sin Nariz y se sienta a su lado, con una respirando alterada. Sin Nariz está con las manos puestas en oración y los ojos bajos. Por las mejillas del mármol agrietado caén vivas, lágrimas humanas. No se han dicho ni una palabra el uno al otro. Piensan callando cada uno en lo suyo. Al amanecer Polkan se ha ido. FIN
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