La Casa de Elena
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ALICIA![]() En el vagón se respiraba una vida apagada. Las miradas de los pasajeros se deslizaban, irreflexivamente, por el paisaje que no ofrecía nada detrás de las ventanas polvorientas. Dos mujeres que se habían instalado una en frente de la otra, conversaban a media voz, pero una hablaba mucho y la segunda escuchaba, aunque de vez en cuando interrumpía el monólogo con algunas preguntas. —No soporto a los que atribuyen a un animal una conducta por norma e impropia de ellos, especialmente cuando los relacionan con asuntos de brujería. Claro, los gatos son caprichosos, independientes, y no tan fieles como los perros, estos son justo como el amo quiere, en cuerpo y alma, pero el gato no se amolda a ellos a su coincidencia interesada. La gata con la persona puede estar en sus rodillas acomodada, y apacible, esta ronronea, es feliz, pruébalo, ya verás… Pero esto todavía no es motivo para desistir, sobre ellos se creen cada día más y más fábulas. Aunque a veces… —La mujer se ha echado a reír —. A veces algunos de ellos parecen verdaderos abortos de infierno. Pero solamente la causa de su conducta está oculta, no en un acuerdo con el diablo, si no en otro motivo. La tragedia de la ardiente pasión… —¿Que? —Hace unos días a la hija de mi amiga le ocurrió una historia muy desagradable, esta era mordida por una gata. Suena casi como una anécdota, pero la muchacha no está para risas. Es violinista y la gata, por desgracia, le ha excoriado la mano. Resulta, que como producto de la agresión, ha contado hasta veintidós heridas, su piel poco tiempo después se le ha hinchado como una burbuja, sin poder doblar ni mover el brazo. La inflamación ha durado más de tres semanas. Para Lika, llaman así a la violinista, esto por suerte no se ha convertido en una tragedia, pero te cuento todo por su orden. Había una desgracia en camino cuando la muchacha llego de visita a la casa de la amiga. Las muchachas querían estar las dos solas, charlar, chismorrear, pero no había manera, la gata lo impedía. Esta observaba a la invitada con semblante severo. Donde Lika iba, la gata la seguía de cerca. La muchacha no conseguía nada con pararse por que inmediatamente se sentaba a su lado, la miraba a los ojos y no apartaba la vista de ella. El espectáculo era poco agradable, se sentía incomoda. Y su dueña se reía todavía diciendo, Alicia es muy rigurosa con todos, quien llega a mi casa, ni da ni toma, es el perro centinela. Enseguida se rieron las dos, pero cuando nadie se esperaba tal reacción, la gata se agarró a la mano de la muchacha con todas las uñas y los dientes. La delicada piel se desgarraba. Por una parte era posible pensar que dentro de la gata se había domiciliado el diablo, pero el asunto con casi toda seguridad y lo más probable fuera otro. —¿Ella tenía la rabia? —No era la rabia. Esto les pasa a las gatas algunas veces. A esta tal Alicia que ya estaba en su sexto año de vida, no había visto un gato ni de lejos. Expresándome más claramente, era una solterona. ¡Aquí tiene usted toda "la mística"! Y la culpable es la misma dueña, hablando repetía siempre: "Que mi gatita se quedará siempre cerca de su niña, nada de gatos". Ella, lo había decidido así. —¿Cómo es posible decidir por la gata? —Es la dueña. —¿Que paso después? —No lo sé. La mano dañada de Lika ha recobrado la salud, pero con su amiga no se habla, y la gata… La gata sufre, lo más probable, como antes... Una voz, había cambiado la dinámica, grave y baja de forma incomprensible decía el nombre de la parada siguiente. Las mujeres habían empezado a despedirse. Una de ellas apresuradamente se agarró al cancel, y la otra, habiéndose vuelto de espaldas a la ventana, se cubría los ojos con unas gafas. Aquella, que un hombre llama la Chiquitina, y otras personas la nombran por Olga, se ha ido. Se va cada día por la puerta de hierro y se esconde allí hasta tarde. Lo llama el trabajo. Detrás de la puerta hay un pasillo estrecho y "los escalones" así llamados por ellos, por lo visto se tiene que trepar por ellos para ver algo más, pues no me es posible discernir donde acaban. En el trabajo hay muchas personas, sé esto por aquellos olores que dejan en su cuerpo. Volviendo por las tardes, la Chiquitina trae a menudo unos paquetes llenos de comida sabrosa. Cada vez que viene comienzo a enredarme alrededor sus pies y me restriego la cabeza sobre aquella segunda piel opuesta, que me quita el sueño, pero la mujer piensa que me alegro de su regreso. A veces, por las noches me echo a dormir en su pecho y en tales minutos la Chiquitina comienza a acariciarme la cabeza, hablando con palabras engañosas. ¡Entonces muestro con precaución las uñas y recorro con las patas la manta, tratando por demás de no estropear su piel… Aunque, como me gustaría romper la envoltura llana sin pelo! La sangre que hay debajo es caliente, ella tiene un olor mágico… Pero me cubro con las patas la nariz y la separo del pecho y pongo cara de que duermo. Excepto yo nadie más vive en la casa. Adoro estas horas en la soledad, que me libran de la obligación humillante de hacer contactos con los cuerpos. No quiero, no me gusta cuando las mujeres me tocan. Quedando sola, me acuerdo a menudo del instante de la Gran Apertura: Él día se iba detrás del día, el mes detrás del mes, y no podía concebir todo lo que pasaba conmigo. Las sensaciones vagas se apoderaban a veces de mí y me daba por ello mucho miedo, pero a la vez me encantaba. Mi espalda se doblaba, los pies paseaban rítmicamente por un lugar, y con fuerza, no quería callar, llamaba. ¿A quién? Mucho tiempo no supe la razón sobre esto, no podía representarlo. La chiquitina (entonces se llamaba todavía Olga) en tales días era ruda e irritable. Me atacaba con unas pastillas, y una vez hasta me había perseguido y atacado con un zapato. No me olvidaré de esto. Nunca. Mí dolor del golpe, habiéndolo recibido había pasado, pero la ofensa se diferenciaba del dolor, con el tiempo hizo que se incremente más. La chiquitina siempre traía consigo un gran y variado conjunto de olores, en el trabajo había muchos como ella y hasta también, como yo. Los olores en general eran parecidos pero algunos eran opuestos y otros holían similar, como la Chiquitina misma. Pero algunos de ellos… mareaban la cabeza, emborrachaban. Habiéndolos captado, comenzaba a gritar, llamando a alguien, y entonces las pastillas abominables que embotaban los sentimientos y los pensamientos. Entonces llegó el día, el día de la Gran Apertura. A la puerta de hierro habían llamado, en la casa entraba una persona en absoluto parecida a mi Olga (entonces no había nadie a quien llamar todavía Chiquitina). Era necesario decir que a la puerta llamaban antes, después de esta aparecían unos seres aborrecibles, que llegaban del trabajo, con una piel doble en los pies y un tinte sobre los labios. Habitualmente huía fuera, sin desear comunicarme con ellos. Pero esta vez… Algo me atraía del forastero. A esta persona la llamaban el fontanero. Él había pasado al cuarto de baño y tumbándose en el suelo, comenzó a mirar debajo del fregadero. Me acerqué sigilosamente a su lado, olfateando las suelas de los llamados zapatos, y los pies con una segunda piel insólitamente peluda, que se incrustaba en la carne viva… En ese instante yo comprendí quien era él y que le quería. Más tarde conocí que se les llamaba hombres. El hombre, el fontanero se había ido, pero desde entonces algo tan inexplicable sobre estos deseos habían hallado un sentido concreto. Por medio de la comparación lógica de los hechos, llegué a la conclusión que si había unos hombres, con un exterior parecido a Olga (entonces no era la Chiquitina), existían semejantes a mí. Cada vez que recordaba al hombre de la tribu, quería arañarla y morderla la cara y sus manos cuando me acariciaba. Otro asunto era el hombre, el fontanero… lo esperaba, pero él no llegaba. En el momento actual estoy sobre la bata del Querido. Querido… Este olor me reduce el dolor de la mente. Acerbo e inconfundible, él ha impregnado la tela, él despierta el deseo. A veces limpio lamiendo las axilas de la bata, pero lo hago en secreto, pues si no la Chiquitina me castiga por este placer inocente. Recuerdo, cómo todo esto había comenzado: Una vez por la puerta de hierro había llegado el Querido. Llamaba así al forastero la Chiquitina, y ese nombre, único, es con el cual estaba conforme con ella. Esa vez el Querido pasaba a la habitación rápidamente y de ahí al sofá. De los sentimientos que me habían afluido perdí completamente la cabeza y me atreví a subir de un salto a él, a sus rodillas. El hombre no me empujó, al contrario, su mano pesada se había acomodado a mi espalda, y por primera vez sentía cuan es de diferente este tipo de violencia. Él había levantado mí cabeza y sus dedos atormentaban con cosquilleos llenos de ternura mí cuello… Y apareció de repente la Chiquitina. En las manos tenía la bandeja con un botellón lleno de un líquido que huele mal. Habiendo puesto la carga en la mesita, la mujer se nos había acercado. ¡Sonriendo, ella de repente, la muy pérfida, me empujaba vilmente de las rodillas del Querido y ocupaba mi lugar! No me fui sólo porque la curiosidad ardiente quemaba mi alma. Estando bajo la mesita, los observaba. Entonces aquella tarde comprendí definitivamente, para que a la mujer le era necesario el hombre. Entonces comprendí aún más el sentimiento que oprimía mi pecho. Aquel sentimiento se llamaba odio y, resulta, que siempre había vivido en mí. Aquella noche reconocí que odiaba a las mujeres y en lo más posible a aquella que vivía cerca de mí. ¡Así del por qué la piel se esforzaba y estremecía cuando la mano sin pelo la tocaba! Eramos dos rivales, y eso significaba que alguien tenía que ceder el paso a la vencedora. El querido llegaba a menudo, y cada vez repetía la ceremonia, también apenas él comenzaba a acariciarme, de nuevo la mujer sin ceremonias, usando un desproporcionado desprecio y por la fuerza física, ocupaba el puesto que me correspondía a mí por derecho. ¡Aunque él había escogido ya! Sí, volverá pronto la Chiquitina, lo siento, y mi razón está confirmada por la caja que cuelga en la pared con unas varitas móviles.Cuando era pequeña, trataba de coger a menudo la varita más fina que recorría impetuosamente el cuadrado, pero esto no lo conseguí nunca. Más tarde se convirtió en algo poco interesante. Recientemente he conseguido aclararme con la ley de su movimiento y usarla en otros objetivos. Por ejemplo, cuando las varitas se reúnen en una línea recta larga, la puerta de hierro se abre y la Chiquitina llega del trabajo. A propósito, he observado tantas veces cómo presiona la mano brillante, abriendo de ese modo el picaporte, que podría hacerlo yo misma. Pero no quiero ir al trabajo. Me da vergüenza confesar que temo a la vida escondida detrás de la puerta de hierro. Los susurros característicos y el capirotazo agudo metálico, la Chiquitina se apoya sobre la puerta… Yo salto fuera de la bata y a la carrera llego a la puerta. La ola de los olores traídos del trabajo me ensordece, pero pongo cara de que no noto nada y actuo con desmesurada alegría por su aparición. Hoy es necesario estar muy atenta. Hoy es el día señalado. ![]() —Alicia, gatita, mira lo que te he traído. No tengo hambre pero me acerco a los pies, habiendo estirado del todo el cuerpo comienzo a mendigar la propina. En mi voz suena el fingimiento, pues hace mucho que he comprendido como manipular a los egocéntricos e insensibles, solo preocupados por sus propios "yo". Porque son crédulos y tontos. Mi lenguaje para ellos es simplemente "el maullido", sin sentido ni entonaciones. Mientras tanto vamos a la cocina, me restriego sobre sus pies y echo miradas inquisitivas. —¡Alicia, cógelo! La cola cruda del pez vuela con negligencia al plato. Habiendo comenzado la comida, tenía intención sólo de representar el hambre, pero el olor penetrante y el frío húmedo de la carne blanca me hace olvidarme de los planes primitivos. Habiendo apretado la cola del pez con los dientes, me encargo de llevarla a la esquina detrás del bufé y me soy dada allí a la tragonería. Confieso honestamente, que en estos minutos olvido qué día es hoy. Habiendo acabado el refectorio, somos dados a sentarnos sobre el sillón blando, yo sobre el respaldo, la Chiquitina más abajo, en el asiento. Nosotras dos esperamos al Querido. Lavo escrupulosamente a mi persona, quitando hasta la última alusión al olor del pez. Y luego, por medio de la lengua limpio los mechones, igualando los cabellos sobre la espalda. A propósito, la Chiquitina para el cuidado de los cabellos usa un objeto raro con el nombre de "peine". La adaptación no me parece muy conveniente… Después saca el espejo. Es un juguete completamente inútil y falso, del cual me he interesado solamente en mi tierna infancia. La Chiquitina de seguido va al baño, comienza a untarse la cabeza con algo que dicen tintes, que huelen mal. No puedo entender una conducta tan absurda y, como escéptica que soy, huyo fuera. Las mujeres humanas son privadas por la naturaleza de la juventud y tratan de esconder la falta horrorosa con "el maquillaje" así llamado, pero con esto se convierten en algo aún más abominable solamente. Paso con ostentación ante los pies de la chiquitina, estiro la lujosa cola, y extiendo la piel cubierta con los negros cabellos espesos, ella pone cara como que no me ve. Es ahora, habiéndose ensuciado con la porquería grasa, estará indefensa, cerrará los ojos y se quedara inmóvil un largo tiempo, pensando que con procedimiento semejante el cutis adquiere unos encantos sin precedente. ¡Como! Vastos recursos… Pero el tiempo me ha llegado no es posible distraerse en la maledicencia. Canturreando la canción, que llaman "el ronroneo", subo de un salto fácilmente a las manos y, pisando directamente por el cuerpo de la Chiquitina, me dirijo a su cuello. —Alicia, mi bella, ve detrás de la orejita y ráscame… —bisbisa, sin abrir los ojos. No he tenido ocasión de matar nunca, pero yo por alguna razón exactamente sé cómo debo obrar. Este conocimiento me ha llegado de las profundidades de mi cerebro, se ha apoderado de mí y me he subordinado de forma indivisible a él. El cuerpo se ha estirado por completo, con una flexibilidad y fuerza sin precedente, cada pelo ha hallado la sensibilidad, captando el movimiento imperceptible del aire la vista y el oído se han agudizado hasta el límite… la Vena sobre el cuello de la Chiquitina se contrae con empujones sencillos, mesurados. En realidad, la mujer se parece a uno de aquellos pajaritos que veo tan a menudo detrás de las ventanas… Sí, la Chiquitina es mucho más fuerte, y por eso solamente la imprevisión y la rapidez de las acciones me ayudarán a vencer a la vetusta rival. Y entonces, habiendo mostrado las uñas, aprieto su cuello en un abrazo mortal, y mis colmillos se clavan en aquel lugar, donde pulsa la vena. La chiquitina se resiste mucho tiempo, furiosa, entrando en los minutos que escapan a la vida. No es una empresa fácil, pero mi odio, y lo más importante, el deseo de librarme de aquella que está en mí camino hacia el Querido, me conceden al final una victoria difícil. Ahora la Chiquitina está sin movimiento entre las cosas volcadas sobre el suelo. Y sé que está muerta. Las personas se equivocan pensando que sólo les es accesible a ellas la comprensión de la muerte… Me lavo borrando la sangre de la persona. Solo antes he probado por dos veces la carne humana, aquellos días cuando mordía a las amigas aborrecibles de la Chiquitina, pero el gusto por esta comida en seguida se convierte en agradable. Miro la caja con las varitas que giran. Sé que el Querido llegará del trabajo cuando las más gordas formen un ángulo recto y miren a la izquierda. Las varitas se formaran casi en una línea y comprendere que el tiempo ha llegado. Habiendo caído en la tentación me acerco a la Chiquitina, y mi lengua rugosa la toca, no ha llegado a enfriarse el cuello todavía. Al principio lamo solamente la sangre, pero después, con ansia, comienzo a arrancar con los dientes su tierna piel, como con el pez, y los clavo en la jugosa carne caliente. Esto es sabroso. Esto es muy sabroso. Habiéndome saciado, me arreglo de nuevo escrupulosamente, lavando y peinando los cabellos hasta la punta de la cola. Después del aseo de mi cuerpo quedo inmóvil en espera del Querido. Las varitas aparecen por la esquina, acercando su aparición. En la puerta llaman. Sí es él, mi Querido. Estoy lista para gritar del arrebatamiento, pero entre nosotros todavía hay una y considerable barrera existencial, y otra física. Es necesario con todos los sentidos abrir la puerta de hierro. Habiendo saltado, cuelgo de la mano de hierro. Bajo la presión de mi peso el picaporte rechina dentro, y yo, sin casi tenerme, fuerzo hacia abajo. El asunto está hecho, solo queda abrir de par en par el coloso de hierro, esto debe ser hecho por el Querido, no tengo bastantes fuerzas para entreabrirla. Una fuerte y hermosa mano de hombre quita la última barrera, el Querido entra en el apartamento. —¿Qué alegría verte, donde has estado? —Él mira a todos los lados y partes, sin notar mi presencia. —¡Chiquitina, he llegado! ¡Pisando suavemente, me acerco a sus pies, me restriego sobre ellos con la cabeza… ¡Pero horror! Él me empuja, me hace daño y va a la habitación. Esto no lo comprendo, no entiende… es necesario explicarle, tengo que explicarle… Corro hacia el Querido y grito, habiendo olvidado que él no comprende mi lengua, grito que la Chiquitina no le ha querido nunca, iba al trabajo, con muchos otros hombres y siempre traían sobre ella sus olores, grito que solamente yo lo quiero de verdad y solamente él pertenecerá a mi vida… Y él se inclina sobre la Chiquitina y también grita, grita con una voz siniestra. Nunca pensé que los humanos supiesen gritar así. Él quita la vista del cuerpo sin vida, nuestras miradas se encuentran, comprendo claramente que él nunca me ha querido, y ahora me promete la muerte. Me curvo como un arco y los cabellos sobre mi espalda se levantan de punta. Es ahora o nunca… Él ponía la mano en mi cuerpo, lo acariciaba, y aquí, cuando nadie nos separa, él quiere causarme dolor, un dolor sin amor. Retrocedo despacio en la sombra, preparada para el salto. Una segunda tentativa no será posible, lo sé con toda seguridad… Superaban la mitad del recorrido habitualmente juntas. Una de las mujeres debía bajar cuatro paradas antes que la compañera de viaje. Continuaba el relato comenzado antes sobre el andén de Moscú: —… el fin de semana y días atrás no contestaba. Habían comenzado a llamarlos por teléfono ininterrumpidamente después en su casa, la de ella, de forma infructuosa. Mientras tanto, a la mitad de semana se pasaba la milicia a estudiar el caso, haciendo preguntas el miércoles a los vecinos. Nadie sabía nada en sus casas sobre ellos. ¿Donde buscar? En las morgues sus cadáveres no estaban, aquí ya solo quedaba pensar en que había pasado. Puede que la pareja se fuera inesperadamente de luna de miel, pero les siguieron buscando con perros policías. Entonces los vecinos de Olga empezaron a inquietarse, la gata empezó a maullar como alma en pena y a todas horas sin parar. Solamente cuando forzaron la puerta, se aclaraba todo. Al entrar, por todas partes los muebles estaban dispersados y rotos, en medio de la habitación los dos cadáveres, él y ella. Solamente podían identificarlos por la ropa, no tenían rostro… —¿No tenían rostro? —La gata los había devorado. A propósito, esta gata, apenas forzaron la puerta, salió como una bala del apartamento. En un primer momento no prestaron atención a su fuga, pero cuando comprendieron quien era la culpable, ya era tarde y han perdido su rastro. La búsqueda de la gata fue infructuosa. Sí ella… Te acordaras de que te contaba sobre esta gata antes, sobre un mes atrás. ¿Recuerdas que había mordido a la hija de mi conocida? —Así que es ella —Sí, la misma, que nunca había conocido un gato. Ali… —¿Cómo? El tren eléctrico se había parado ya cerca de la plataforma y la mujer, habiendo interrumpido el relato, dejaba a la compañera de viaje apresurandose ha entrar en el vagón. —¡Alicia! —Había gritado para ser oída —. Se llama Alicia… Temblando, el metro había comenzado a alcanzar velocidad. |
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