La Casa de Elena
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![]() Fragmentos de los libros LOS ESPECTROS ESTAN MUY CERCA MONSTRUOS MECANICOS LA GUARDIANA DE LAS CARTAS DEL DESTINO MI AMIGO ES UN VAMPIRO LA PUERTA EN EL PALACIO DE HIELO |
Elena Artamonova LA PUERTA EN EL PALACIO DE HIELO![]() PrólogoEl sol se arrastra por el cielo que se encuentra desteñido, acercándose al cenit. El bochorno ha desecado la tierra convertida en grietas firmes, profundas, cubriendo con una red la corteza. En algún lugar a través de ella asoman unas pocas matas lamentables de ajenjo y algo de hierba, que se han reducido a cenizas bajo el sol implacable. Cerca del camino desierto se eleva una casa grande abandonada. Hasta en esa hora, un mediodía bochornoso de julio, él lugar es lúgubre y encubre, o eso parece, un misterio terrible. Las cristaleras negras de las ventanas recuerdan a las órbitas de una calavera, la mandíbula es la puerta y los escalones se han convertido en los restos del esqueleto que están reducido a polvo. Pasaron muchas semanas sin que nadie se colocase delante de este viejo caserón, el sitio funesto de la construcción, evita que nadie turbe su tranquilidad, pero de repente el silencio de ese mediodía bochornoso es violado por el ruido de los motores. Envuelto por una nube espesa del polvo corren por el camino dos motocicletas y un jeep con los cristales oscurecidos. Habiendo alcanzado la casa, han dado algunas vueltas y han frenado virtuosamente, parándose arrimados a escasos metros de su fachada. —¡Sí, el lugar está todavía! —La persona enorme y robusta desde los pies hasta la cabeza con una apretada piel negra, se ha quitado el casco y los guantes de la moto —. Por poco no lo encontramos. Él se ha alisado con los dedos los cabellos largos y claros, acercandose a la casa golpea con los nudillos de la mano la pared, revestida con tablas que se han ennegrecido, como si comprobara la solidez. —Siento en la piel que ellos están aquí, —ha respondido una alta mulata con una silueta perfecta, y ágilmente ha bajado de la Harley, —te dejaremos encender un cigarrillo Yatagán. Mientras la pareja pintoresca discuten los planes, la puerta delantera del jeep se ha abierto y de ella ha salido un sujeto todavía bastante más extraño que ellos. Es seguro del todo que los ojos se vuelven siempre para ver como viste, un traje irreprochable y caro con una camisa de blancura deslumbradora, que es más adecuada para cualquier recepción oficial que no destinada claramente a un viaje por estos caminos destartalados. Sin embargo más insólito todavía es el rostro de este hombre. Sus líneas recuerdan el semblante de una pintura de los iconos, aunque la expresión dura de los ojos grises claros y la sonrisa zaheridora, que tuerce los labios, da una impresión desagradable, que casi asusta. Él ha sacado del coche un maletín enorme, muy pesado, y se ha acercado a los compañeros de viaje. —Pienso, que el comentario sobra, —él ha dejado la carga sobre la tierra, — funcionamos como siempre. Recuerden, este canalla es mío. Pase lo que pase. —Estilete era mi amigo, jefe. —Ha apuntado el rubio, echándose como un relámpago sobre el maletín. —Tranquilo, Yatagán. El culpable de su muerte responderá por todo. Me ocuparé de ello. El maletín está lleno de armas. A excepción del arsenal impresionante, muy al fondo se encuentran también unas enormes y antiguas cruces, más grandes una docena de agudas y afiladas estacas y una biblia con la encuadernación rozada. Habiéndose armado hasta los dientes, la extraña compañía se ha acercado al zaguán que se cae de podrido. —Suerte. —Ha sonreído torciendo sus labios el hombre, y después con un golpe de pie ha arrancado la puerta de entrada. La casa les recibe a los cazadores en silencio, con fresco y olor a polvo. A través de las ventanas, clavadas con negligencia, al local penetran los flujos de la luz solar, atravesándolo con rayos de oro. —Lyubasha, da una vuelta por el desván. Nosotros iremos al sótano. Cúbreme, Yatagán. La mulata ha tratado de objetar, demostrando que esta lista para ir junto con ellos, pero los hombres no la escuchan, habiendo comenzado, con precaución, a bajar por la escalerilla estrecha que se encuentra en la esquina más oscura de la habitación. —¡Muy bien, pero por favor! —Ha musitado bajo su nariz Lyubasha descontenta —. Me subestimas, Alex. Puedo pelear también al mismo nivel incluso que usted... Los cazadores se han escondido en la oscuridad, y la muchacha se ha quedado sola. ¿Sola yo? Esta pregunta la alarma cada vez más, privada de su equilibrio cordial. Lyubasha está en medio de la habitación espaciosa, cada vez apreta con más fuerza en su pequeña mano la aguda estaca. Oye el latir de su propio corazón y siente, cómo por su espalda se arrastran despacio los hilos del sudor frío. La muerte puede esperarla en cada oscura esquina, sólo tiene que abandonar ese espacio, y pasar a la zona atravesada por los rayos solares. Lyubasha conoce bien su aspecto, la sonrisa de los colmillos ensangrentados, el resplandor diabólico de los ojos, el tacto de acero de los dedos fríos y muertos... —Tranquila... Tranquila... —Ha susurrado y, habiendo asido el foco fijado sobre la cabeza, se ha movido hacia las entrañas de la casa. El piso bajo no ha presentado un interés especial, todas las habitaciones están iluminadas y atravesadas a través de las tablas por la luz solar, y en el camino de la cazadora no se ha interpuesto ningún callejón oscuro. Lo más probable es que el desván se vea exactamente como el resto, y su comprobación es puro trámite, estara vacío. Lyubasha se ha tranquilizado un poco. Habiendo descubierto la trampilla que lleva al desván en la escalera, de un salto rápido se ha colocado arriba, y con un golpe de pie ha arrancado la puerta de la buhardilla... El rayo del foco se ha paseado por la habitación. La única ventanilla de la buhardilla está cercada por un bufé viejo, y eso ha puesto en guardia a la muchacha. Parece que la espera una prueba seria. Los labios se le han secado, la tensión nerviosa se hace más fuerte en todo su cuerpo, la mancha de luz se desliza por el local arrebatando a la oscuridad una percha pasada de moda, y un montón amarillento, que nadie lee, de periódicos acumulados. —Y bien... Ha dado un paso adelante, e inmediatamente ha gritado, apenas se ha mantenido de pie habiendo sentido como alguien ha saltado hacia ella por la espalda. Lyubasha asustada se ha girado a un lado, tratando de soltarse de la terrible carga. Los dedos fríos sobre su garganta se apretan cada vez más y más fuerte, las posibilidades de escaparse de estos abrazos mortales no existen. El pánico empieza a inundarla la cabeza, pero la muchacha debe superar todo ese horror y trata de oponer resistencia. —¡Te destruiré! ¡Te destruiré! Lyubasha ha golpeado con todas sus fuerzas el codo del adversario, pero él solamente ha apretado aún más fuerte con los dedos sobre su garganta. Inesperadamente la muchacha siente, cómo por su cuello se deslizan unos colmillos agudos, será solo un instante y todo se habrá acabado, tiene la mirada confusa, completamente transformada por el horror y se agarra al bufé que está cerca de la ventanilla. Ha reunido sus últimas fuerzas, en su única esperanza de abrir la fuente salvadora de luz, dándose la vuelta intenta furiosa quitarse al vampiro que está sobre su espalda, golpeándolo contra la pared, seguido comienza a correr el pesado bufé que cerca la ventana. El terrible ser ha cerrado ya sus dientes sobre el cuello de la mulata, pero en ese mismo momento el espacio oscuro de la buhardilla es atravesado por el rayo de oro solar. La criatura ha empezado a chillar a voz en cuello, ha dejado de asirse instantáneamente a la víctima y se ha zambullido en la esquina más oscura de la habitación. El sol solamente ha iluminado su piel pálida durante un segundo, pero inmediatamente comenzó a humear, sin haber sostenido apenas el tacto con la luz solar mortal para los vampiros. La cazadora ha recibido una tregua corta. Ha recobrado un poco el aliento mientras llega a sus oídos, desde el sótano, los sonidos amortiguados de los tiros de las armas en uso. Parece que Alex y Yatagán han descubierto el gran nido de los vampiros, y contar con su ayuda es imposible. Además, Lyubasha no la quiere es su primera caza real, y debe mostrar de que es capaz. —Tú, atrévete. ¡Te mataré! —Ha sacado la pistola, ha chasqueado el seguro y ha dirigido el foco hacia el vampiro que está agazapado en la oscuridad. Solamente ahora la muchacha puede examinar al enemigo. Este es un vampiro magro, muy pálido, con los mechones de los cabellos enredados, sucios y rojos, a Lyubasha le parece abominable, hasta dan náusea sus bigotes rucios. Las pequeñas mirillas turbias y los colmillos agudos, que salen de la boca, hacen su aspecto aún más aborrecible. La criatura ha comenzado a rechinar los dientes, en sus pupilas se han inflamado las llamas diabólicas: —¡Te vaciaré, muchacha! La cazadora y el vampiro están divididos por la raya de la luz solar. Los dos tardan, sin decidir a superar la frontera que pasa entre ellos. Lyubasha apreta en la mano la pistola, sin decidirse a presionar el gatillo. Ante ella hay un monstruo aborrecible, pero recuerda aun así y todo a la persona, y por eso se niega a dispararle. —Ven aquí, ven... —la voz del vampiro suena de manera insinuante, melodiosa, la envuelve como la melaza dulce, privándola de la posibilidad de funcionar y pensar —. Ven a mí, ven... La muchacha sabe que los vampiros pueden hipnotizar a las víctimas, sabe que no es posible en ningún caso mirarles a los ojos, lo sabe, pero nada puede hacer en ese momento. El vampiro se apodera a escondidas de su razón, transformándola en una víctima obediente, sin voluntad. —¡No! —Ha gritado desesperadamente, y su voz se ha reunido con el sonido del tiro —. ¡No lo conseguirás! ¡No! Dispara, dispara, y dispara, no ha acabado todavía todos los cartuchos cuando las balas entran ya en el cuerpo del vampiro, y él aunque lo nota se rie mostrando los colmillos aborrecibles, amarillos. Lyubasha se encuentra desconcertada, retrocediendo algunos pasos, y en ese momento el vampiro salta hacia delante, ha pasado volando a través de la raya de la luz solar, y de nuevo ha cerrado las manos sobre su cuello. La muchacha ha caído al suelo, los ojos del vampiro brillan con la llama infernal... Con todo, a pesar del desespero de la posición, Lyubasha continua luchando. Sus manos hurgan febrilmente por el suelo en busca de cualquier objeto pesado. Inesperadamente sus dedos han palpado, perdidos al principio por los dolores del golpe, la estaca. Habiéndose apoderado del arma, se ha sentido mucho más segura y agarrándola con fuerza se ha concentrado, acto seguido, escogiendo el momento oportuno, le ha clavado la madera afilada en el cuerpo al vampiro. El vampiro ha gritado, ha debilitado la presa y la muchacha ha podido librarse, al fin, de sus abrazos mortales. Con repugnancia ha empujado el cuerpo ya sin fuerza: —¿Estas contento, pequeñín? El vampiro está sin movimiento, con las manos abiertas y los terribles ojos cerrados. Inesperadamente es iluminado por una llamarada débil, y comienzan a deslizarse por el cuerpo las lenguas calurosas de la llama. Instantes después, ante la cazadora queda solo un pequeño montón de ceniza. Todo ha pasado tan rápidamente que hasta en el suelo no ha quedado ninguna señal de la llama, y la riña reciente le parece a Lyubasha un sueño terrible. —¿Todo está en orden? —En la buhardilla ha asomado Yatagán. —Sí, —ha respondido y no ha reconocido ni su propia voz —. ¿Y vosotros? —Han caído cinco, pero el jefe tiene un enfadado del diablo. El muchacho, a quien él quiere cazar, no esta aquí. —¿Pero, por qué? Él debía... —¡Debía! —El rubio ha escupido —. De nada sirve debía. Se ha marchado tan pronto como ha sentido algo malo. ¿Sabes que astucia e intuición son necesarias poseer para que durante un año y medio haya conseguido zafarse de Alex? —¿Un vampiro solitario? ¿Estaría loco, o se habrá peleado? —Ha supuesto Alex que ha entrado en la buhardilla —. No pensaba que aquí pudiera haber alguien. El desván no es el lugar más conveniente para un vampiro. Puedo suponer que él se ha enemistado con los otros vampiros. El mal carácter no es exclusivo de las personas. En cualquier caso bravo, Lyubasha. Este ha sido tu bautismo de fuego. — Gracias, —de la preciosa piel negra ha salido una sonrisa, mostrando los dientes blanco perlado, — honestamente me he asustado mucho cuando él se ha echado sobre mí. —Nadie de nosotros llegará a la vejez y no morirá por muerte natural. Pero es nuestro deber luchar contra el mal librando a la tierra de estos reptiles, —los ojos de Alex han brillado como el acero, — prepara la casa Yatagán. Han bajado por la escalera, y salido de la casa. El cazador rubio ha sacado del coche un par de bidones con tapa hermética con gasolina en su interior, de nuevo ha desaparecido por los subsuelos de la estructura dejada. Alex ha sacado un cigarrillo comenzando a fumar. A pesar de la victoria alcanzada por ellos, él está apesadumbrado y de mal humor. —Todo está preparado, jefe. —Yatagán ha salpicado con los restos de la gasolina el muro de la casa. —Perfecto. Alex ha dejado la colilla sobre la balsa de gasolina. Casi no se distingue con la luz solar y brillante las lenguas de fuego que han echado a correr hacía la casa vieja; poco tiempo después la guarida de los vampiros arde ya consumida por la llama calurosa. —El fuego limpiará. — Alex convierte los labios en una sonrisa siniestra —. Es solamente una demora Christian. ¡Llegara el día, entonces te clavare en el corazón la estaca de álamo! |
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