La Casa de Elena
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![]() Fragmentos de los libros LOS ESPECTROS ESTAN MUY CERCA MONSTRUOS MECANICOS LA GUARDIANA DE LAS CARTAS DEL DESTINO MI AMIGO ES UN VAMPIRO LA PUERTA EN EL PALACIO DE HIELO |
Elena Artamonova LA GUARDIANA DE LAS CARTAS DEL DESTINO![]() Capítulo uno. Kemma engaña a los diosesEl gabinete estaba iluminado solo por una lámpara de escritorio con una pantalla verde. Al dar la luz, esta cayó sobre las antiguas tapas de los grandes volúmenes que llenaban las estanterías de roble, arrancando de las tinieblas los rectángulos oscuros por las pinturas misteriosamente, en brillantes marcos dorados. El profesor N., conocido historiador y coleccionista de libros antiguos estaba sentado en una de las antiguas y amplias mesas, pensativo contemplaba lo que tenía delante, en el folio. Desde hace años, estaba buscando ese libro, más concretamente, un grabado único de su interior, detrás de la oscura tapa de la cubierta de cuero. El grabado estaba relacionado con una antigua leyenda, un documento de la existencia de algo en lo que no creían la mayoría de los historiadores. El profesor solo tenía que abrir el libro y mirar a través de él, en sus páginas, pero vacilo, no se atrevía a hacerlo. Su temor era ver una falsificación que echara al traste todas sus esperanzas. Al final comenzó, se puso los guantes quirúrgicos y el viejo profesor empezó a ver el tomo de valor incalculable. —Super... Las manecillas del reloj se arrastraban lentamente hacia la medianoche, giró con suavidad a los pies, de la sombra del profesor, un gato negro y junto a su pierna silencioso observaba. Se veía una lupa grande sobre una de las ilustraciones del libro que mostraba una chica aposentada sobre un trono, como una reina del antiguo Egipto. —Si se trata de una falsificación está muy bien hecha. —Murmuró el profesor de bigote gris —. Yo podría jurar que se trata de un grabado alemán del siglo XVI, pero en aquel momento casi nadie en Europa podía conocer su existencía, parecía que era de los gobernantes de Egipto y el traje de la niña era exactamente como... ¡Los que los faraones usaban hace tres mil años! Siguió susurrando como si estuviera hablando con alguien, el gato salto sobre la mesa, se fue bajo una lámpara del escritorio y froto su hocico en el codo del profesor. Parecía como si sus rostros hechizados se sintiesen irremediablemente atraídos por las mujeres egipcias. —¿Es verdad que Kemma engaño a los dioses? Poco a poco, golpe a golpe, el viejo reloj comenzó a dar la medianoche, pronunciándose. Ofendido por la falta de atención del maestro, el gato de nuevo con fuerza froto su mejilla contra la manga de su túnica. —¡Déjame en paz, Bagheera, no estoy para ti ahora! El profesor empujo suavemente al negro animal, una pantera en miniatura, y este apacible gesto fue lo bastante para despertar la ira de Bagheera y atacar de forma inexplicable. El gato emitió, alzando la cola y el cuerpo, un terrible gruñido, sus ojos brillaban como esmeraldas, y luego seguido como un rayo soltó las garras. De un zarpazo arranco la fina goma del guante que descansaba en la mano, y de las pequeñas marcas que aparecieron en el dorso de la extremidad al instante broto sangre. —¿Que demo... El profesor no termino la frase, porque una de las gotas de su sangre cayó directamente, en un descuido, en el grabado, pintando sobre Kemma lo que podría ser su corazón. En ese momento sonó el último gong de la campana, la habitación se llenó de un silencio inquietante y extraño. Con una celeridad inusual para su edad salto de la mesa y se fue en pos de una servilleta, con la posible esperanza de borrar del grabado la pequeña mancha roja. La oficina estaba desierta. La sombra de Bagheera se deslizo hasta el suelo y pareció disolverse en la oscuridad, que envolvía, las esquinas de la habitación. La luz verde sobre la mesa parpadeo, y luego se desvaneció. El habitáculo se sumió en la oscuridad pero no por mucho tiempo, porque poco después, en la superficie de la mesa se propagó un inusual brillo dorado. Brillaba como si fueran rayos de oro, ascendiendo su luz hasta el techo formando una especie de cilindro, y alrededor de la luz una figura humana. —Señor... Absorto en el despacho, el profesor retrocedió, no podía mantenerse en pie dejandose caer en un sillón de cuero viejo. Miraba el viejo hombre encadenado a lo que sucedía en el escritorio, pensando en el pasado, en la gran cantidad de libros escritos y leídos. Esto recordaba mucho a un milagro... Además del profesor, en la sala había aparecido otro hombre que sin ceremonias se sentó en el escritorio del famoso científico, sobre el antiguo tomo, con unos pies diminutos. Calzaba sandalias de oro, falda y vestido de brocado, y bajo un tintero continuo, surgió una chica con un brillo dorado, era muy alta, pero muy bien constituida y parecida al hombre. En los primeros segundos de la aparición, sus ojos permanecían vacíos, como si fuera de un color purpura oscuro, casi de cristal negro, pero luego se desato un fuego ardiente de pasión descubriendo su alma rebelde. Sus grandes ojos miraban la aparición de los antiguos egipcios, atraídos y asustados al mismo tiempo por la visión. El profesor no podría sobrevivir por mucho tiempo a esa abrasadora visión, y perdía el conocimiento, se recostó en su silla después de haber susurrado una palabra: —Kemma... Al darse cuenta de que volvía al mundo real, vio al egipcio que se echó a reír, que saltaba fuera de la mesa dando vueltas alrededor de la habitación en una extraña danza. Al darse cuenta que la habitación había cambiado, decorándose con pinturas referentes a Kemma, se puso serio y sintió que algo le tocaba la mano, alguien con elegantes vestimentas de maravilloso color dorado aparecía y pronunciaba con una voz gutural, una incomprensible frase, después se marchaba dirigiéndose hacia la puerta principal de la oficina del profesor. Ella, con vestimenta muy elaborada y decorada con adornos de oro, era una chica con labios gruesos y trenzas en el pelo. El egipcio que había aparecido comenzó a bailar de nuevo, sonriendo. El aire no era igual al retornar, diferente del pasado, Kemma con avidez lo inhalaba tratando de entender por qué era tan repugnante, y si estaba siendo filtrado por algún alquímico con ese olor de laboratorio. Y a la chica encima le tocaba sufrir una de las frías noches de abril que, para una persona que procedía del sur, era simplemente insufrible. Pero ella vivía, no solo tenía la capacidad recientemente adquirida para moverse y respirar, sino que también su corazón se llenó de alegría, algo que nos hace olvidar las molestias. El destino había enviado a Kemma a una ciudad enorme y extraña, era muy diferente de lo que había visto antes. Estaba impresionada por la anchura de sus calles con un gran número de árboles que crecían a lo largo de ellas, la increíble altura de las casas como si fueran cajas, algunas de los cuales alcanzaban el noveno piso, y cegadoramente brillantes, similar a los destellos de las estrellas, colgaban luces por todas partes... Con sus sandalias de oro paseaba por una acera polvorienta, casi convertida en un desierto, inundada de luz por las farolas de la calle, pero su atención era atraída hacia un fabuloso y gran cristal de una ventana. En la antigüedad, cuando Kemma vino por primera vez a este mundo, el vidrio era considerado un material precioso, y una hoja lisa, que era absolutamente transparente, seria en el antiguo Egipto un lujo que no estaba disponible ni para los faraones, si tal vez para los propios dioses. Olvidando el frio, Kemma fue hacia la vitrina. Detrás de un vidrio grueso formaban varios maniquíes con un extraño e inusual color de ojos. Presionó su mano contra el vidrio y la egipcia observo durante mucho tiempo los trajes brillantes, en su alma lentamente y de forma progresiva crecía la ansiedad. Con los años, para ser exactos con el terrible cautiverio durante siglos, el mundo había cambiado, se volvió bastante diferente, confuso e intimidante. Mirando, siguió caminando y se detuvo fijándose en dos tipos inusuales de carruajes de cuatro ruedas, ella estaba de pie en la calle, no lejos de la tienda. De ellos, a continuación, percibió otra vez el ataque de este mundo, ese olor a aire viciado que le hizo cosquillas en la nariz y que consiguió que sus ojos se empanasen de lágrimas. Negros como la noche, los ojos de la joven brillaron de cólera, furiosa señalaba al objeto lacado, rojo y brillante, con la intención de hacer algo pero su atención fue desviada y capturada por un ruido que aumentaba con rapidez. Tan pronto como Kemma se acercó, se produjo algo que provino del monstruo rugiente, intento deslumbrarla con unos ojos brillantes y después salió corriendo, dejando detrás un olor acre que era muy molesto. Para Kemma era la primera vez, nunca había visto el movimiento sin la ayuda de caballos en los carruajes, y por unos segundos pensó que la gente de este mundo dominaba perfectamente el arte de la magia, pero luego se dio cuenta de que eso era solo ficción y que solo era unos artesanos ingeniosos. Siguió caminando a lo largo de un callejón, Kemma al notar una masa oscura entre los árboles se apresuró alejándose. Pero al llegar a la naturaleza tuvo la sensación de calma y recupero la compostura. Los arboles eran árboles, y la hierba hierba, sin importar cuantos siglos habían pasado, los cambios que distorsionaron el mundo no se habían dejado sentir en el parque de forma tan clara como en las calles. Juntando sus hombros con sus manos, temblando de frio, Kemma se sentó en el borde de un banco y reflexionó. "Entiende que para sobrevivir y ganar tengo que adaptarme a las nuevas reglas del juego, no puedo ser diferente de los demás habitantes de esta loca ciudad. Quien sabe si tal vez hubiera sido mejor, para mi, continuar como antes de la liberación, acumulando polvo en los estantes entre los manuscritos de la época y acabar disolviéndome en la nada". Pero aquí es donde, avergonzada de su debilidad, Kemma orgullosa levanto la cabeza y vio a un hombre de pie frente a ella. —Oye, chica, ¿no estarás esperándome a mí? La muchacha seguía sin entender el idioma, pero el tono y la actitud de cómo lo dijo probablemente no necesitaban ser traducidos. —Tienes un conjunto muy fresco. Brilla como un árbol de Navidad. —Y su pesada mano cayó sobre el hombro de Kemma. La muchacha se estremeció como si hubiera recibido un latigazo, su odio y desprecio se encendieron por completo en sus ojos, chocando con los tan nublados del desagradable borracho. Intento apartar el humo del tabaco con la mano, y dijo en voz baja: —¡Ualpaga-Asmagaaa! —Y señalo con el dedo en dirección al hombre. La figura del hombre desapareció con un fuego escarlata, estallando, y luego de forma imperceptible para los ojos se produjo la transformación, el hombre desapareció pero en su lugar, en la tierra, se deslizaba lentamente una hoja cuadriculada. Ahora el pedazo de papel no era la imagen de alguien, que no se tiene un segundo para caminar seguido sobre el suelo, pensando en donde conseguir más cerveza, o la forma de pasar el resto de la noche un poco más caliente... Kemma elevo el papel, que arrugo con furia: —¡Nadie se atreve a tratar así a una sacerdotisa de Thot! —Y lo tiro entre los arbustos —. A partir de este momento no voy a dejar que me intimiden. ¡Kemma ha vuelto! ¡Ya es hora de cambiar! —¡Esto es una pesadilla! ¡Mi padre me va a matar! —Pero no pasa nada, tú no tienes la culpa de que el autobús tardara tanto tiempo. —Le prometí volver a casa a las once. —Relájate, los cumpleaños no son todos los días. Puedes llegar un poco más tarde. —¡Tú hablas así, Uliana, porque estás sola en tu casa, pero mis padres simplemente no lo admitirán! Sonaban fuertes los tacones, por la calle a toda prisa caminaban las cuatro chicas. Las mas jóvenes, obviamente, querían parecer tener muchos más años, y no escatimaban en dinero para un buen maquillaje y baratijas. Sin embargo, la única a la que se podría llamar mujer adulta, era la rubia Uliana, el resto de sus amigas apenas pasaban los catorce años. —Si hay tanta prisa, vamos a atajar por la Plaza. —Propuso Uliana, interponiéndose como una pared de árboles, bloqueando su camino —. Asi ganaremos diez minutos. —¿Ahora, siendo tan de noche? —Exclamo la muy delgada Esperanza, a causa de las dietas, que con cautela miraba hacia el parque recordando que a esa hora era un bosque muy oscuro —. Nunca se sabe lo que... —No te asustes chica, ¿por qué no atrevernos? Somos cuatro, ¿qué podemos temer? —Si, Christina, estoy totalmente de acuerdo con tu hermana, ¿qué puede ocurrirnos?, ya hemos pasado más veces. —Entro en la conversación Marina. —Bueno, chicas, aquí se quedan, hasta mañana, yo me voy a casa. —Dijo, ajustándose en el hombro el elegante bolso de mano colgado, Juliana, que se fue en dirección al parque —. ¡Adiós a todos! ¡Ciao bambinas! El resto no tuvo más remedio que seguirla. La noche se transformó, el pequeño jardín público se lleno con sonidos extraños, desconocidos y peligros. Las voces de las chicas se acallaron por si solas, y el sonido de sus propios tacones comenzó a enfriarse al actuar sobre sus nervios. Incluso Juliana se sentía incomoda, y ya se lamentaba por haberlas conducido a través de la plaza, en ese momento ganaban un poco de tiempo pero se sufría a cambio mucho miedo, no parecía rentable el trueque. —¿Has oído? —Parando el ritmo a su hermana mayor, Christina, disminuyo drásticamente el paso. —¿Qué? —Casi en un susurro a coro respondieron las chicas, con miedo. —Yo he escuchado a alguien llamarme por mi nombre, pero de una manera extraña. —¿Qué significa? —Si, yo tampoco puedo entendérte, Juliana. Por extraño que... —Muy bien, chicas, la casa casi se puede ver. Vayamos pronto. Los tacones empezaron a sonar con fuerza pero, de repente, disminuyo el ritmo de nuevo, esa vez la primera en pararse fue Uliana. Ella oyó claramente que había sido llamada por su nombre, pero parecía la extraña y lejana llamada de una chica que sonaba en la cabeza. Juliana decidió que la voz oída era su imaginación, pero unos minutos más tarde volvió a sonar. Por su cuerpo corrió un frio que consiguió agitar el miedo en el alma... Inexplicablemente, imagino un espantapájaros, amenazante y real, poniendo de manifiesto sus pesadillas ocultas y la infancia que parecía lejana y olvidada. El tintineo melodioso de unas joyas de oro se comenzó a oír ante las asustadas y confundidas muchachas, surgía delante de ellas con todo su esplendor, iluminada por el brillo del oro, Kemma. —Juliana... —Rompió el silencio sobrecogedor con una voz tranquila, casi gutural —. Christina... Marina... Esperanza... soy una hechicera egipcia, no os sorprendáis, no suele ser algo exclusivo las capacidades en las personas normales como la telepatía. Este don te permite conocer casi al instante la lengua extranjera. Yo, Kemma, me ha bastado estar unos minutos en sus cabezas, ver su miedo y aprender a hablar en ruso. —No sé de qué habla. —Balbuceo intentando parecer serena, Uliana. Posicionada ante ella había una muchacha elegante, que semejaba a una estatuilla de oro, y que a simple vista parecía frágil e indefensa, pero con una mirada ardiente en sus ojos negros sin fondo que imponía. Juliana sentía su increíble poder que emanaba misterioso y desconocido, no se atrevió a mirar de nuevo a sus órbitas. —Yo soy la sacerdotisa de Thot, Kemma, la que engaño a los dioses. Y vosotras seréis las cuatro reinas, conseguiréis todo del mundo, llevareis a cabo todos vuestros sueños más preciados. Os voy a dar todo y a cambio solo tenéis que jurarme lealtad sin límites, amarme y adorarme como su diosa. Poco a poco fueron volviendo en si del miedo, y las chicas comenzaron a pensar que se habían encontrado con una persona fugada que vivía en alguno hospital psiquiátrico. Probablemente acabarían siguiendo su camino, sin prestar atención al discurso delirante sobre vestidos, dinero, y diosas, pero ninguna de ellas podían moverse; El poder hipnótico de los ojos negros de Kemma clavaron sus pies en el suelo, privándoles de la oportunidad de caminar. —Pronto cambiare el mundo, pronto seré capaz de controlar el destino, dentro de poco todos en este mundo harán lo que yo quiera mandarles. ¡Pronto seré su diosa! —Kemma, con los ojos brillando fuertemente, sentía como se le llenaba el alma de fuerza. Todo lo que había ido acumulando durante esos siglos por fin lo empezaba a compartir, y ahora, respirando el aire amargo del siglo XXI, la egipcia sacaba a la luz sus pensamientos mas extraños, profundos y dolorosos —. Dos veces he entrado en batalla con los dioses y dos veces he perdido, pero ahora las cosas serán diferentes, voy a romper su poder sobre el destino. Y tú me tienes que ayudar, Uliana La Reina. Estuve llorando mucho tiempo prisionera porque, yo Kemma, engañe a los dioses, y no me olvidare de nada, ni de lo bueno ni de lo malo. —Es poco probable que podamos ayudarle. —Te equivocas, Marina. Vosotras sois las muchachas que quiero. Tú me enseñaras como vivir en este mundo, pero sobre todo, necesito ropa y vivienda. Este mundo es helador, sufro como si fuera el infierno. Simplemente estoy muriéndome de frio y además, tengo mucho hambre. —Pero... —No te puedes negar, el destino es el que nos ha reunido. Es un poder superior y ahora ninguna de nosotras tiene otra opción. Una brisa levanto un trozo arrugado de papel cuadriculado, como un susurro silencioso procedente del asfalto. Un taco de papel viejo acabo bajo el talón de Marina, una inocente chica que volvía, regresaba, de estudiar en secundaria. Ella estaba anonadada, no podía ni imaginar lo cercana que tenía aquella prisión mágica en la que introdujeron el alma y el cuerpo de una persona viva. Una Kemma minuciosa y calculadora miro a las chicas de pie delante de ella... |
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